No estaba la tarde para entregarse al optimismo. No cabía ni una sentencia de coaching en la libreta o en la cabeza, como refuerzo mental para lo que se venía. Mucho menos para la candidez edulcorada de Coelho. Así que la agenda «molona» de Míster Wonderful con la leyenda «Hoy es un buen día para sonreír» sólo generaba deseos de conocer al autor para llevárselo a El Arcángel, lo que hubiera provocado, a buen seguro, el cierre del chiringuito de fabricación de tazas, álbumes, estuches y todo tipo de regalos para andar por casa.

Porque desde la llegada al estadio todo se sentía tenso, a contrapié. Aroma de final. De dramática final.

Héctor Rodas no llegaba al once titular y había que cambiar sobre la marcha. El palco, más vacío que de costumbre. O tan vacío como en los últimos compromisos, esos que ponen tiesos los pelos de la nuca. Siete mil abonados se quedaron en su casa, que se dice pronto, en un partido que era vital para el Córdoba. Absolutamente todo daba para meditar. Básicamente, para pensar lo que se viene cavilando desde hace mucho. Pero había que olvidar y salir a por el toro.

El Almería llegaba con bajas, la más significativa la de Fidel Chaves. Ramis ejecutó un invento defensivo, con Isidoro de lateral izquierdo, Nano por delante de él, y Marco Motta como lateral derecho. El Córdoba dio entrada a Antoñito en el lateral y desplazó a Caro como acompañante de Deivid. Y aquello echó a andar.

El Almería intentó hacerse más fuerte por dentro y obligar al Córdoba a irse a los flancos para confiar allí en las ayudas, si éstas debían llegar. El Córdoba, por su parte, aceptó el envite, aunque en los primeros 10 minutos apenas hubo nada. Pero ya la banda izquierda rojiblanca, la derecha del ataque cordobesista, prometía. Una jugada con la que Rodri dejó el balón para el remate de Markovic fue el anticipo del gol, que al final fue el del triunfo, en el minuto 13: una apertura a derecha de Aguza lanzando a Pedro Ríos para que el jerezano llegara hasta el fondo y ejecutara el pase de la muerte para que el serbio empujara a la red.

Antes de darle con la agenda en la cara al rival, el Córdoba leyó la frase de la primera página y mientras que el Almería se iba haciendo cada vez más pequeño, más torpón, menos competitivo y más inoperante, el conjunto blanquiverde crecía, empujaba, generaba, finalizaba y destensaba por primera vez en muchos meses a una grada que sonreía con el miedo de la inseguridad justificada que siempre le ha generado su equipo. Pero disfrutaba.

Rodri disparaba al palo largo para despertar de nuevo la ilusión en la grada y una nueva llegada de Markovic finalizaba en saque de esquina. Aguza probaba desde lejos y el disparo se le marchaba demasiado cruzado, mientras que Javi Lara, de golpe franco directo, levantaba al público de sus asientos, lamentándose de lo poco que había faltado para cerrar el encuentro, ya en el minuto 38. En esos últimos instantes del primer acto, el Córdoba dio síntomas de lo que podía ocurrir en la segunda parte, ya que Quique apareció por las inmediaciones de Kieszek, pero al delantero rojiblanco le faltó campo. El Almería tuvo esa fuerza por dentro, pero de mentira, ya que la logró reculando, lo que dio metros a un Córdoba que, si bien no brilló ante un adversario muy pobre, sí mereció irse con más tranquilidad en el marcador. Para colmo, Ramis deshizo sobre la marcha el enredo de los laterales del principio, aunque de nada le sirvió.

La segunda fue una parte de miedo, de tensión, de nervios, de conciencia de lo que se estaba jugando. Al menos, el Córdoba, que sabedor de hasta dónde puede llegar o lo que puede dar y con el marcador a favor, entregó el balón descaradamente a un adversario que no supo qué hacer con él. Dio unos pasitos adelante el Almería gracias a los que dio hacia atrás el Córdoba, voluntariamente, esperándolo en terreno propio para intentar salir al contragolpe. No le salió el primero hasta el minuto 62, sin fruto, pero lo cierto es que el trabajo de todo el equipo, combinado con la ceguera del Almería, permitió a los locales mantenerse con cierta comodidad. Sólo preocupaban Pozo y Gaspar, que había entrado tras el descanso por Isidoro.

Los intentos visitantes duraron apenas 20 minutos y sin que Kieszek tuviera que intervenir, con lo que las salidas a la contra locales fueron apareciendo con asiduidad en los últimos 20 minutos, aunque sin resultado efectivo, lo cual provocó que la tensión en el estadio fuera aumentando progresivamente. Sergio Aguza conducía el balón hasta el borde del área para estrellarlo en el poste derecho de Casto, que las tuvo tiesas, posteriormente, con los recogepelotas y con la grada.

A nueve del final, Quique provocaba la disnea generalizada en el campo en una ocasión que terminó en las manos de Pawel Kieszek. Y entre nervios, gritos, sustos y lamentos, como el de la ocasión marrada por Juli a cinco del final, acabó el partido, la final que debía ganar el Córdoba para seguir aspirando a mantenerse y, con el triunfo, otro suspiro de alivio en El Arcángel.