Un lema alternativo al del himno oficial del Córdoba podría ser «rugir para puntuar». Porque ayer El Arcángel fue vital para que el equipo blanquiverde lograse un empate que, pese al aceptable juego desplegado sobre el césped, parecía que no iba a ser posible. Era el minuto 93 de encuentro, quedaba uno solo del añadido y algunos comenzaban a desfilar por los vomitorios, camino del coche. Se avecinaba tormenta, que descargaría minutos después de finalizar el partido, pero la inmensa mayoría de la afición del Córdoba aguantó en sus asientos.

El Deportivo estaba con nueve y cada balón que se llevaba a las inmediaciones del área rival levantaba de sus sitios a los hinchas. Estos rugieron, y de qué manera, llevando en volandas a sus jugadores para que fuera posible el gol de Andrés Martín.

Siempre se dice, y es lo cierto, que los que juegan y marcan los goles son los de abajo. Los once que se visten la zamarra blanquiverde y los tres que salen luego desde el banquillo. Pero la presión ambiental que surge como una marejada que crece, hasta provocar chispazos de aliento contenido, es algo que no ocurre en todos los campos de la Segunda División española. El mejor activo del Córdoba es su gente, la fiel infantería, la que aprieta a las duras y, en las pocas maduras, sabe disfrutar como nunca de las victorias, de los éxitos, de los logros de su equipo. Ayer fue un día de los que se vive con intensidad. Es difícil para un periodista no dejarse imbuir por esa pasión de la afición en los minutos finales del partido, cuando a sabiendas de que el rival jugaba con dos menos se volcó para arropar a sus jugadores. Y para que le temblasen las piernas a los defensas del Deportivo. Con dos líneas de ocho futbolistas delante de su portería, tuvo que ser en un remate de Piovaccari cuando salió a relucir ese tembleque. Indecisión defensiva y surgen dos jabatos al rechace, Quintanilla y Andrés Martín, tan a la carrera que casi chocaron entre sí. Llegó antes Andrés, remató el joven delantero del Córdoba y su gol puso el empate en el luminoso. La afición estalló en júbilo y con el pitido final aplaudió de lo lindo a su equipo. Entendió que lo habían dejado todo en el césped, que se vaciaron. No pide mucho más esta hinchada, comprometida como pocas, eterna sufridora y que ayer rugió como pocas veces. Un rugido que hace temblar a cualquiera y que ayudó a que un punto se quedara en el zurrón.