Hubo ayer un minuto mágico en el que todo dio la vuelta, y lo que parecía la enésima derrota del Córdoba en El Arcángel empezó a tornar en remontada. Cuando en el luminoso se mostraba el minuto 60, el habilidoso Gianniotas, que por cierto pretendió el club blanquiverde el pasado verano, provocó un penalti que él mismo chutó. Lo detuvo Pawel Kieszek, y en la prolongación de esa jugada a Luismi se le fue la cabeza e hizo una entrada bestial que acabó en tarjeta roja y lesión de Fernández. En ese momento se formó una tangana de proporciones importantes que tuvo de todo: empujones, insultos, un agarrón en el cuello, patadas y hasta a un miembro del cuerpo técnico del Córdoba soltando un puñetazo a lo Mike Tyson. El árbitro, sobrepasado, no vio o no quiso apreciar nada, y el reloj siguió corriendo.

El minuto 60 fue el que lo cambió todo: un penalti fallado por el Valladolid, una expulsión y una tangana

Para cuando la tempestad dejó paso a la calma, habían pasado cinco minutos y el marcador seguía igual, 0-1 a favor del Valladolid. En ese momento Sandoval ya había rezado y se había llevado la mano derecha a la cabeza, el pecho y los hombros, en señal de la cruz. El público arrancó a cantar, enfervorizado, transmitiendo la entrega y las ganas a unos futbolistas del Córdoba que se lanzaron a tumba abierta en busca de la remontada. El gol del empate fue un auténtico canto a la esperanza, un pase raso de Sergi Guardiola que Sasa Jovanovic definió con maestría, de tacón, directo a las mallas de la portería de Masip.

Con menos de 20 minutos para cerrar la remontada, al Valladolid le temblaron las piernas y El Arcángel vibró como hacía tiempo que no se recordaba. Con casi 15.000 personas alentando a los once de la casaca blanquiverde del césped, la victoria tenía que llegar, aunque el segundo gol de los cordobesistas no lo hizo hasta el minuto 86. Éxtasis en la grada y en el campo, abrazo colectivo de titulares y suplentes, mientras que en las tribunas del estadio el ambiente era de éxtasis colectivo. Incluso Sandoval se lanzó, perdiendo la compostura, uniéndose a la melé de futbolistas que celebraban el tanto de Sergi Guardiola. En rueda de prensa aseguró que la ocasión lo merecía, y la verdad es que razón no le faltaba al técnico del Córdoba.

El gol de Sergi Guardiola le da la razón a los optimistas y alumbra un poco de fe a los ateos

Para que llegase la tan celebrada victoria hizo falta que ocurriese casi de todo en el partido de ayer. En primer lugar, que el rival golpease cuando más daño podía hacer, en la última jugada de la primera parte. Pitido final, jugadores a vestuarios y la sensación en los aficionados de estar reviviendo por enésima vez la misma pesadilla de esta temporada. El minuto que lo cambió todo deparó más incidentes que hicieron del choque una apoteosis. Penalti parado por Kieszek a Gianniotas, una tarjeta roja a Luismi, tangana más propia del boxeo o de la WWE que del fútbol, y salida al campo de Reyes, vitoreado por los aficionados. Luego, llegaron los goles del Córdoba, primero una genialidad de tacón de Jovanovic y luego el tanto de Guardiola, marcado más con el alma que con su bota izquierda. Mención aparte requiere la temporada del delantero jumillano, que si hubiera sido acompañado por el resto del equipo, habría valido para algo más que para que la llama de la permanencia aún no se haya apagado. Cuando las cosas van mal, el milagro torna en necesario para que los puntos caigan de tres en tres. Lo vivido ayer en El Arcángel reanima al más pesimista y refuerza en sus ánimos a los que aún no se habían rendido. El lema «solo para valientes» que lleva como estandarte la nueva propiedad del club cordobesista ya no parece tanto una quimera, el objetivo de la permanencia está más cerca, aunque los puntos (once) sigan siendo demasiados para que el vaso parezca siquiera lleno en su cuarta parte. Algo es algo.

Queda mucho trecho por recorrer, mucho mar que nadar, pero la victoria de ayer fue, sobre todo, un espaldarazo a la fe necesaria para creer en las posibilidades de este equipo. Porque, para bien o para mal, hay que luchar por estar una temporada más en Segunda División. Ayer fue para bien. ¡Ya tocaba!