Emmanuel Macron, situado estratégicamente detrás del podio del Tourmalet, no salía de su asombro con una sonrisa de oreja a oreja. Daba palmadas en la espalda a Julian Alaphilippe, quien hasta se permitía bromear con el presidente de Francia. Repetía el gesto con Thibaut Pinot y lanzaba un reto, un mensaje en nombre de un país que hace 34 años que no gana el Tour: "Espero que se acabe la maldición y que, por fin, un francés llegue de amarillo a París".

Sin duda, en la montaña más mágica de los Pirineos y quizá de la historia de la prueba, Alaphilippe dio un paso de gigante para ganar dentro de una semana la carrera de las carreras. El Tour es francés, como nunca lo había sido porque no solo Alaphilippe se engrandece, sino que Pinot demuestra que es el escalador más fino al conseguir una enorme victoria en el Tourmalet.

Alaphilippe ganará el Tour, salvo sorpresa monumental, porque a su extraordinario estado de forma une una calidad táctica impresionante. Alaphilippe demostrará a los que dijeron y escribieron, con razones fundadas, que había venido a la carrera a ganar etapas, como el año pasado, y a pasear el jersey amarillo hasta que llegase la etapa, que estaban equivocados, muy equivocados. Rectificar y comenzar a creer en él es de sabios. Si había alguna duda, hay que cambiar el chip y comenzar a creer en un corredor que desde la tercera etapa ha demostrado que es el más fuerte de este Tour.

No tiene equipo en la montaña, solo la ayuda de Enric Mas, quien flojeó en el Tourmalet para dejarse de forma inesperada casi tres minutos. Pero él está aquí para aprender no para ganar y examinarse, aunque no apruebe, es algo necesario para doctorarse como gran figura del futuro. Y ahora, al ciclista mallorquín no le queda más remedio que entregarse en cuerpo y alma en favor de Alaphilippe para convertirse no en su gregario, ni mucho menos, sino en su delfín, el que ayuda a un rey en la República Francesa a ganar el Tour para mayor satisfacción de Macron. "Vamos a estar pendientes de vosotros. Sois dos corredores formidables", les dijo el presidente francés a Alaphilippe y a Pinot.

El papel del Movistar

Y si Alaphilippe no tiene equipo qué le importa, siempre encuentra gregarios que, aunque no sea su intención, aunque vayan de azules, le hacen la carrera perfecta imponiendo un ritmo, tal como hizo el Movistar no se sabe bien bien para qué, que asfixiaba a todos, que hundía a los más débiles, como Quintana, Yates, Porte y, sobre todo, Bardet, pero le permitía al jersey amarillo controlar a todos sus enemigos. Gracias al Movistar nadie se podía mover, ni en el Soulor, el primer puerto del día, ni en la ascensión final al Tourmalet. Y ello era una bendición para Alaphilippe.

Segundo en el Tourmalet, en el día en el que también flaqueó Thomas, con Bernal subiendo sin atacar y con Kruijkwijk sin poder realizar el demarraje definitivo, Alaphilippe supo sobreponerse a los instantes malos, porque los tuvo, porque no es un escalador de escuela, pero supo vigilar, regularse y respirar aliviado, aunque no pudo con Pinot, porque ya tiene a todos sus enemigos a más de dos minutos en la general.

Muchos años sin alegrías

Landa, tristemente noqueado por el empujón que le dio Bardet el lunes pasado, tampoco pudo cerrar el trabajo del Movistar, en un día en que el Tour no podía traicionar a Macron que seguía la etapa en el coche de Christian Prudhomme, el director de la carrera. El Tour es francés como no lo había sido desde que aparecieron Lemond, Roche, Delgado, Induráin, Riis, Ullrich, Pantani, el innombrable Armstrong, Pereiro, Contador, Sastre, Schleck, Evans, Wiggins, Nibali, Froome y Thomas. Demasiados ganadores sin pasaporte francés. 34 años son muchos años para un país que ama el Tour sobre todas las cosas, que lo convierte en religión y que ya grita hasta quedarse afónico "¡allez, Alaphilippe!".

Todas las clasificaciones en la página oficial del Tour.