Gilbert es de los que cuando se escapa lo hace para ganar. Y eso que ahora es un corredor más temeroso en las bajadas, después del tremendo porrazo que se dio el año pasado en el Tour. Quizá, de lo contrario, tras coronar el alto de Arraiz, un pequeño monte que oxigena Bilbao con unas rampas tremendas, se habría lanzado como un loco buscando la Gran Vía bilbaína y ni siquiera habrían visto su sombra dos chavales de 23 años que lo perseguían con fe, posiblemente conocedores de que ellos eran los alumnos -Fernando Barceló y Álex Aramburu- y Gilbert el maestro.

«Jamás había ganado en el País Vasco», repetía Gilbert tras la victoria de ayer, y comparaba Euskadi con Flandes por la pasión con la que los aficionados viven el ciclismo, los mismos que lo reconocían y lo aclamaban tras su ataque en Arraiz. Y los que empujaban, sobre todo a Aramburu, uno de los suyos, por si se daba el milagro y capturaba a Gilbert. No habría habido para ellos satisfacción más grande que un vasco volviera a ganar en Bilbao, tal como hizo Igor Antón en la Vuelta 2011. Aramburu y Barceló no pudieron hacer otra cosa que dar una palmada en la espalda de Gilbert, satisfechos por la lección gratis de ciclismo que habían recibido por parte de uno de los grandes del pelotón, 37 años, dos menos que Valverde, quien cruzó la meta y dio una palmada a Soler por el trabajo bien hecho.