En apenas cuatro días, al Barça Barçale han quitado el balón y ese estilo que le hizo singularmente único. A veces, el destino también tiene escondidas caprichosas celebraciones. Horas antes de que se cumpliera el décimo aniversario del sextete, se debate hacia donde va ahora el equipo sin las señas de identidad que le hicieron reconocible y admirado.

Cuatro días y dos empates no resultan una situación ni mucho menos dramática porque, además, el equipo de Valverde sigue liderando la Liga además de haber entrado con autoridad en los octavos de final de la Champions, pese a estar en el grupo de la muerte.

ZONAS NEUTRAS

Duele más constatar que el Barça, con solo Messi, Piqué y Busquets de herederos directos de aquella época, transita peligrosamente por zonas neutras, víctima de la inevitable erosión del tiempo que le ha ido alejando de la idea original.

El Barça ya no domina. Al Barça le dominan. Ya no presiona. Ahora le ahogan con la presión. Así se le vio padecer en Anoeta, donde la atrevida Real de Alguacil le sometió a un estrés físico y mental cada vez que debía sacar el balón. Así lo sintió el Camp Nou, especialmente en la primera media hora del clásico, cuando el Madrid de los cuatro centrocampistas (Valverde, Casemiro, Kroos e Isco) le producía pánico, y la vez, admiración, en el control del espacio-tiempo.

Siempre teniendo el Madrid la pelota como idioma universal para comunicarse entre ellos. Los blancos se la pasaban; los azulgranas corrían desesperados detrás de ella. «Presionamos en campo contrario y le quitamos la posesión a este equipo, que no le gusta correr detrás del balón», reveló Zidane. Las cifras alimentan aún más el caos de esos 30 minutos, que provocó algo más que murmullos de la afición azulgrana. «No hemos sabido salir de la presión alta de ellos», confesó Valverde, admitiendo que «se genera una situación de inestabilidad porque no estamos acostumbrados a que suceda».

Ocho disparos hizo el Madrid. Y tres a la portería de Ter Stegen. ¿El Barça? Cero de cero. O sea, la nada. Y todo en su templo, sin hallar antídotos obligando al meta alemán a elegir el camino más directo, que no más eficaz. Pase largo a Luis Suárez esquivando el campo de minas madridista, tendiendo puentes, convirtiendo el centro del campo, su Santo Grial, en una estación de paso. Incluso, prescindible.

En Anoeta, la Real tuvo más posesión (53%). El problema se agravó porque remató mucho más (19 tiros de los donostiarras; nueve azulgranas) y se pasó más veces el balón (568 a 467). Síntomas de esa enfermedad que se percibió también en el clásico: el Barça sí mandó, pero poco, en la posesión (52%), y volvió a ser acribillado.

El Madrid tiró 17 veces, siguiendo la senda de la Real. En apenas 180 minutos, Ter Stegen recibió 36 disparos, algo que delata la auténtica dimensión de tan compleja situación. A Valverde le ha tocado, además, gestionar esa dañina inercia que ha erosionado las arterias vitales del juego. Cada vez más rudimentario, menos sofisticado.

Antes, el paraíso era para los centrocampistas; ahora, en cambio, el territorio donde los centrales (Piqué, sobre todo, y Lenglet) son los héroes semanales junto a Ter Stegen, el ángel de la guarda con manos y pies, mientras todos ya saben desde hace años que con Messi solo no basta. El primero que lo sabe es Leo.