El 1-0 cosechado por el Valladolid ante el Nástic en Tarragona ha terminado con la trayectoria de Luis César Sampedro en la capital del Pisuerga, curiosamente, en el mismo lugar en el que disfrutó de un ascenso en 2006, con él al frente del banquillo catalán.

Ya avisó el técnico gallego respecto a que nunca había podido ganar en una de las principales ciudades de Hispania y, en su caso, el imperio romano que se hizo potente en esta ciudad, mantuvo su dominio sobre un Luis César que trató de emular a la aldea gala de Astérix y Obélix, pero sin brebaje mágico de por medio.

Como el propio Luis César dice en su blog, "no se puede jugar, y mucho menos ganar, con una aceleración mental: con muchos cálculos, con muchas preocupaciones, muchas expectativas, muchos nervios, muchos controles, muchas distracciones, muchos juicios" y está claro que eso es lo que le ha sucedido durante su estancia en Valladolid.

Desde el primer minuto que aterrizó en su nuevo destino castellanoleonés, tuvo que hacer frente al reto que supone luchar por el ascenso. Ha sido el mantra del club blanquivioleta desde hace cuatro temporadas: volver a la Primera división, como algo absolutamente necesario para la subsistencia de la entidad.

Luis César se mostró valiente, preparado e ilusionado ante ese reto, pero no fue capaz de lograr una regularidad con su equipo e intercambió rachas positivas con otras negativas, haciendo del camino un vaivén continuo, con cambios en la plantilla en busca del once ideal que plasmara su idea de juego.

De hecho, debutó con derrota ante el filial del Barcelona, pero después enlazó cuatro partidos sin perder hasta que llegó el Huesca para acabar con esa dinámica. El sistema del gallego no terminaba de cuajar, se cometían muchos errores defensivos que lastraban la progresión, aunque se hacían goles.

Al contrario de lo que sucedió en los últimos encuentros del Valladolid, en los que la zaga blanquivioleta fue ganando enteros y mostrando más organización y concentración y, aunque perdió fuelle en el capítulo anotador, los resultados dieron pie a la esperanza y el club mantuvo su confianza en el entrenador gallego.

No fue fácil, ya que la presión estuvo presente casi de manera permanente puesto que, al escaparse las opciones del ascenso directo ante esa irregularidad del equipo, todas las fichas de la ruleta se pusieron a un solo color y a un solo número, y el 5 de marzo varios medios daban por hecha la destitución de Luis César.

Sobre todo tras la rueda de prensa que protagonizó días antes el técnico gallego, en la que cargó contra el club, mostrando su malestar ante una posible falta de confianza de la directiva hacia su persona que, finalmente, quedó en agua de borrajas, puesto que se mantuvo en el cargo hasta el día de hoy.

Sin apenas ya margen de maniobra, y con un Real Valladolid en la undécima posición de la tabla con 51 puntos, a tres de los puestos de promoción, solo queda esperar a que se obre el milagro y que el que tome las riendas del equipo sea capaz de exprimir el máximo de los jugadores.

El problema es que el domingo el conjunto blanquivioleta deberá verse las caras con el líder de la clasificación, el Sporting de Gijón, y no tendrá tiempo de lamerse las heridas ni de lamentar la salida de Luis César ni valorar la figura de su sustituto, lo que traslada toda la presión a la plantilla.

"Cada partido es y será un comienzo aunque te sientas cansado, aunque no lleguen los resultados, aunque los detalles lastimen, aunque el frío queme y el miedo muerda, siempre hay que volver a empezar", es una de las filosofías del extécnico que deberá hacer suya el Valladolid si quiere lograr su meta.