Sepulcral era el silencio en El Arcángel. Algunos animaban la subida de Bergdich por la banda izquierda, pegado a preferencia, después de un partido triste, vivido en un ambiente triste y con un resultado triste. El marroquí centró con el permiso de Nelson. Voló el balón hasta la cabeza de Juli, cerca del punto de penalti. No llegó a rematar el alcoyano. Saltó hacia atrás demasiado y el cuello no le daba para tanto. Tampoco su estatura. Pero el defectuoso remate se convirtió en una asistencia de lujo a Piovaccari, que llegaba en el segundo palo. El italiano volvió a demostrar, por segunda vez en la misma jugada, lo duro que es para este equipo hacer un gol. Logró detener el esférico con su pierna derecha a pesar de la velocidad que llevaba y, sobre la marcha, disparó con el exterior, entre Bellvís y el portero, Dani Jiménez. No iba a puerta el disparo y sí al pecho del lateral zurdo alfarero. En una décima alguno pensó: «Nada, que no». Pero el cuero se fue al palo, que lo despidió casi hasta el centro de la portería. Y justo en ese instante de lamento por la incapacidad goleadora de este Córdoba, el esférico flotó. Pareció quedarse parado en el aire, aleteando como si fuera un snitch de quiddick, esperando a que alguno de los de blanco y verde apareciera por allí para dar a su equipo un mínimo de aire, un motivo por el que luchar una semana más, una excusa para tener por fin 24 horas de paz, casi de felicidad, después de cinco meses maldiciendo a cada salida de El Arcángel.

Le tocó a Alfaro ser el héroe inesperado en ese instante en el que todos los del césped parecían ir a cámara lenta. De hecho, un estadio que suele cantar los goles a poco que el balón ronde el área pequeña, quedó ayer mudo hasta que vio al onubense meterse con el balón en el fondo de la red. Y ahí llegó el estallido. Para ser más exactos, uno de los dos estallidos, una doble liberación. La primera la protagonizó el equipo. Ver a Héctor Rodas, tumbado boca arriba, tapándose la cara, ponía el vello de punta. Kieszek saltaba desde el banquillo y se lanzaba sobre la montaña de jugadores blanquiverdes. Sebas, el preparador de porteros, le emulaba. Javi Lara, puños cerrados, daba golpes sobre una mesa imaginaria. Los abrazos de unos y otros expelían mucha de la tensión acumulada. 154 días después, el Córdoba volvía a ganar en casa, a pocos segundos del final y contra -esperemos- un rival directo. ¿Los 93 minutos anteriores? Córdoba y Alcorcón dirimieron un encuentro típico de candidatos a evitar la Segunda División B. Y en el caso de los blanquiverdes, estos tres puntos son de oro, vistos los problemas, no pocos, que mantienen, tanto en lo anímico, como en lo físico y también en lo táctico. El dato positivo del triunfo ante el Alcorcón saca aún más a flote lo que es este Córdoba, un equipo que además de haberse tirado cinco meses sin ganar en casa, logra su primer triunfo en el 2017 rozando el mes de marzo, justo en la segunda ocasión en las últimas 20 jornadas en las que deja al rival a cero. Le toca al Córdoba puntuar como sea, porque a este equipo no se le puede pedir mucho más.

Defensivamente, el equipo de Carrión necesita mejorar muchísimo y no lo tendrá fácil con lesiones y sanciones de por medio. No pudo contar ayer con Antoñito, con lo que colocó a Pedro Ríos como carrilero. El jerezano aguantó bien los primeros 25 minutos, pero a partir de ahí se quedaba descolgado, con lo que el dibujo quedó por momentos irreconocible y exigiendo a Caro más de lo debido. Un detalle a favor de esa defensa en la que Rodas tuvo que detener a David Rodríguez con un codazo cuando se marchaba para plantarse solo ante Razak, es que enfrente tuvo al equipo menos goleador del campeonato. Así, los desajustes, errores, movimientos tardíos y malas colocaciones que en otros momentos, en otros encuentros, castigan sin misericordia, quedaron en pecados veniales. La desventaja defensiva se tornó en ventaja ofensiva, aunque no fue la mejor tarde de Pedro Ríos en cuanto a decisiones en los metros finales. Además, por la izquierda no le fue mejor a Carrión con Bíttolo que, con el duelo de su debut en Valencia en la mente, prefirió reservarse en las subidas atacantes. Tanto, que casi pasó desapercibido. De hecho, en los minutos que estuvo, Bergdich protagonizó dos internadas y tres o cuatro centros, uno de ellos, origen del milagro. Por lo tanto, necesitará este Córdoba de mucho más dinamismo, arriba y abajo, para que cuaje finalmente un dibujo que gusta. En el mediocampo, podría tener cercana la solución si (insistimos) sitúa por delante del medio posicional a uno con más llegada que Aguza o Javi Lara. Hoy por hoy, el único que cumple ese perfil es Markovic, del que se desconoce su estado físico. El ex del Alcorcón dio un encuentro de más trabajo que brillo, mientras que el montoreño se excedió en mantener el control del balón, con lo que perdía para su equipo la capacidad de sorpresa. La única, en la primera parte, fue de Rodri, que al filo del descanso lanzó un balón desde 45 metros que Dimitrovic tocó lo justo para que tocara en el larguero y se marchara por línea de fondo.

Lo que no se puede negar a este equipo es el corazón, su entrega. Una segunda parte infumable para el espectador se salvaba desde el análisis por las ganas puestas sobre el césped. David Rodríguez dio el susto en esa jugada con Rodas, mientras que Cisma salía expulsado de manera incomprensible -por el árbitro y por él mismo- junto a Kadir, que había salido unos minutos antes.

En el partido de los diez últimos minutos, al Córdoba sólo le daba ya para centrar, favorecido por un Alcorcón que vino a por su puntito y, viéndolo cerca, decidió meterse descaradamente en la cueva. Se llegaron a contabilizar 10 centros en ese periodo, con lo que todo hacía presagiar que los alfareros se lo llevarían.

No contaron con los milagros de El Arcángel, que en su segundo estallido tras el gol se acordó de la propiedad. No olvida la afición que este Córdoba necesitará tener mucho corazón para lograr 20 puntos más. Pero lo recordará con una sonrisa que durará, al menos, unos días.