La de Michel fue la historia de un niño humilde que jugó al fútbol entre los más grandes sin abandonar su casa, su barrio, su gente, su grada; esa que ahora, años después, cuando está pasando sus peores momentos en el banquillo del Rayo, le sacó lágrimas de agradecimiento y compromiso con sus proclamas.

“Estamos con Míchel para demostrarle que este es su barrio, donde ha crecido, que esta es su gente y que no le vamos a abandonar nunca”, pregonó el líder del megáfono antes de arrancar el cántico: “Nos sacó de Segunda, del Rayo hasta la tumba, ¡Míchel, contigo siempre!”, le entonaba la bancada rayista tras perder 1-2 en casa ante el Getafe y posicionarse, ante la mirada atónita de los jugadores y la emoción del técnico.

“La mayor motivación que podemos tener es que nuestra gente nunca nos abandona”, dijo Michel en la rueda de prensa tras aquella derrota. Él lo sabe bien, porque es uno de ellos, porque lleva la franja roja grabada en pecho. Canterano del Rayo, fue un futbolista de excelso toque con la zurda, también a balón parado, que aglutinaba en sus piernas la destreza y la avidez que solo te otorgan el barrio, en este caso el de Vallecas.

ESTRENO EN CASA ANTE EL BARÇA

Debutó ante el Barcelona, en casa, un mes de noviembre de 1993, y, en 16 temporadas en el primer equipo, consiguió cuatro ascensos, uno desde Segunda B en un momento dramático para el Rayo. En las antípodas de aquellos años sobresale el recuerdo de una participación histórica en competición europea, cuando la grada todavía le conocía como el Niño Michel, como todavía le llama Isi, el utilero del Rayo durante los últimos 30 años, que se jubila este sábado, tras el partido ante el Barcelona.

En aquella edición de la extinta Copa de la UEFA, el Rayo opositó a ocupar el puesto de la revelación del torneo que estaba reservado para el Alavés (finalista en aquel 2001). En ese equipo, dirigido por Juande Ramos, Míchel produjo su mejor fútbol, coronado con una noche mágica, entre tantas, la goleada 4-1 al Girondins de Burdeos en Vallecas, en octavos de final, con el último gol de falta directa del número 8.

Entre tanto, sobrevivió a los turbulentos años de las crisis económicas sin perder la dignidad ni el respeto de su hinchada. Cuando hizo falta dinero, se marchó vendido, como el fichaje más caro de la historia del Real Murcia (2,7 millones de euros), pero él era un hombre de un solo club, el de su barrio.

Se convirtió en Michel I de Vallecas, digno sucesor de Cota, un líder utópico, asentado en el mando sin estridencias, sujetado por el respeto que se ganado ante su gente con el trabajo y la constancia. “La afición sabe que soy uno más de ellos, que estoy aquí. Mi sentimiento hacia ellos y hacia el Rayo es lo mejor que me ha pasado en la vida”, dijo al término de su último partido como profesional.

ENTRENADOR CANTERANO

Como entrenador se formó, igual que antes como jugador, en la cantera del Rayo, sin más aspiración que colaborar con el mayor activo del club. Formar jugadores vallecanos ya era un fin en sí mismo para Míchel, pero Paco Jémez se cruzó en su camino y lo reclutó para su cuerpo técnico. La experiencia le reportó la vocación ofensiva como seña de identidad y la idea, el convencimiento y el deseo de entrenar al Rayo en Primera División.

Medio año después de dar el primer paso en su carrera en los banquillos, entrenar al juvenil, su llegada al primer equipo se precipitó. Cogió un grupo de jugadores que coqueteaba con el descenso y, una temporada después, logró el ascenso. “Ser un club profesional con una barriada detrás es muy importante. Lo único que le pido a la gente de Vallecas es que sigamos creciendo”, dijo Míchel en la rueda de prensa tras subir a Primera, escoltado por todo su equipo de trabajo, al que quería reconocer y dar visibilidad.

Su penúltimo milagro es mantener al Rayo vivo en Primera, con la losa de un mal inicio de Liga. Asume con entusiasmo el reto de transmitir a los jugadores todos y cada uno de los mandamientos rayistas, comenzando por la entrega y terminando por el gusto por el fútbol de ataque.