Por partes. No está la Segunda, y menos el Córdoba, para hablar de merecimientos. Hay que ganar, sumar, marcar uno más que el rival. Punto. Pero la primavera se adelantó ayer en El Arcángel. Ojo, que mejora levemente el Córdoba de Carrión y podrá seguir haciéndolo si el catalán se despoja de tanto lastre como lleva y le ponen. Más desde dentro que desde fuera. Por lo tanto, habrá que hablar, primero, de lo positivo que se vio ayer, de esa mejora que no le dio para ganar, aunque ganó. En cualquier caso, es un brote que hay que seguir alimentando, regando. Insistimos. Si le dejan.

En la primera línea acierta el catalán con esa línea de tres: Caro, Luso y Cisma. Bíttolo sigue creciendo y, cuando llegue Antoñito, el Córdoba tendrá una línea de cinco factible para mirar hacia el objetivo, que no es otro que el de la salvación. Tiene cierta salida de balón, no sufre excesivamente la pérdida de contundencia y se deberá aplicar mucho más en la concentración cuando el balón deambula por el mediocampo propio. También acierta el técnico blanquiverde en hacer regresar a Kieszek a la portería (no hay que explicar el motivo) y en mantener a Edu Ramos como mediocentro posicional. A partir de ahí necesita mejoras y las tiene en el banquillo. Correcto Sergio Aguza, con más trabajo que brillo, y bien Javi Lara, aunque el montoreño tiene un déficit entre las emociones que genera en la grada y las aportaciones de peso al equipo, por lo que tendrá que hacérselo mirar. Ese banquillo volvió a demostrárselo ayer a Carrión que, escarbando, puede sacar algo potable para el equipo. El gol de Markovic podría enmarcarlo, más de uno, en el mismo cuadro del de hace dos semanas, ante el Alcorcón. Pero el serbio generó dudas entre líneas e influyó, en parte, en esa desorganización maña del último cuarto de partido. Aunque el más desequilibrante en ese aspecto fue Federico Piovaccari tras saltar al terreno de juego. Porque la verticalidad de este Córdoba, y tímida, solo se vio en los costados, en los carrileros. Ver a un teórico delantero centro, nueve referencia como el italiano, coger el balón en línea de tres cuartos e irse de hasta tres adversarios para entrar en el área y crear desbarajuste en un acomodado rival hasta ese momento habla mucho de lo que había sido el encuentro hasta la entrada del transalpino.

El Córdoba está en ese momento en el que o crece paulatinamente o se convierte en un equipo amanerado. Moñas, como se dice ahora, vamos. El típico equipo que de mediocampo hacia delante prueba muchas cositas, llega al borde del área rival, pierde el último pase y, cuando no lo pierde, su finalización resulta pueril. También, un equipo que hace poquitas cosas mal, que no comete muchos fallos, pero el que perpetra resulta grosero. Así, al final, puede dejar la idea en la masa de que sólo se ha equivocado una vez, que no se ha jugado mal y, por lo tanto, no se merece perder. Pero Carrión sabe perfectamente que, paralelamente a ese crecimiento tardío, necesita un punto de mala leche. Bravura, no derrotes sin sentido, de manso declarado, como los que lanzó durante el primer acto y parte del segundo y cuyo máximo exponente fue el gesto de Rodri tras su gol.

Una primera parte para sacar alguna palmita de la grada, pero poco más. El Zaragoza, más bien feote, por momentos tosco, le enseñó -parece que aún hay que hacerlo- lo que es la Segunda. Mientras que los blanquiverdes seguían con sus juegos florales, los maños solo necesitaron un balón dividido, un mal entendimiento, un fogonazo en forma de pase y una centella llamada Ángel para llevarse los tres puntos momentáneamente. De ahí que, al descanso, el partido transmitiera la sensación de que un equipo seguía buscando su identidad mientras que otro había llegado a Córdoba a competir. Ni una ocasión para los locales y una para los visitantes transformada en gol.

El mismo error que aprovechó Ángel no lo transformó Rodri nada más salir de vestuarios. A partir de ahí se vivieron dos partidos distintos. El primero, influenciado principalmente por los problemas que generó Piovaccari, que tuvo hasta dos opciones claras de anotar, y de Markovic.

Empató el Córdoba en un despiste defensivo maño tras un saque de banda, al dejar solo en el segundo palo a Rodri, que en esta ocasión, casi sobre la raya, acertó a embocarla. Pero a partir de ahí el duelo fue del Zaragoza, que tuvo tres ocasiones claras, una de ellas salvada por Luso Delgado sobre la línea de gol tras una caída de Dongou en el área en la que los visitantes pidieron penalti. Otra, de Edu García tras una buena jugada de los de Agné. Y otra, de Ángel, solo y con todo a favor, que empaló un balón que se le marchó por arriba.

No daba para más el encuentro y el empate parecía un mal menor para el Córdoba tras ver el resultado al descanso y ese tramo, no pequeño, de la segunda mitad en la que el duelo fue maño.

Pero los blanquiverdes tiraron de corazón -ya que ideas y piernas, a esas alturas, pocas- e intentaron inquietar algo al rival. Quizás Agné se confió al meter a un central por un hombre de ataque. En cualquier caso, ese corazón blanquiverde castigó ese regalo de balón del Zaragoza.

Aguza, en la última jugada del partido, lanzaba un balón a la espalda de la defensa. Markovic se adelantaba para quedarse solo ante Saja y, con toda la frialdad del mundo, anotar el gol del triunfo. Sobre la bocina. Como ante el Alcorcón, aunque dando mejor imagen. En marzo, mayea para el Córdoba, que ya va ganando la batalla de las flores.