FECHA: 9 de enero de 1983.

LUGAR: Chapín.

PARTIDO: Jerez Deportivo - Córdoba CF (jornada 19 del campeonato de liga de Segunda División, 0-0).

LA SITUACIÓN

Para no variar, al Córdoba le iban las cosas bastante mal. El panorama deportivo era francamente desolador en aquella temporada 82-83. El club, que ya había cesado en noviembre al entrenador yugoslavo Zdravjko Rajkov, estaba atornillado como colista de la Segunda División. La ruina financiera terminaba de dibujar un panorama cruco. Gonzalo Uceda, técnico de la casa, se encargaba de la dolorosa tarea de ir componiendo el futuro plantel con gente de la cantera al tiempo que cumplimentaba con dignidad las jornadas que faltaban -aún muchas, pero qué más daba- para poner fin a la estancia en una categoría que se daba ya por perdida. El portero de referencia era Francisco Luna Toledano (Fernán Núñez, 1955).

Era la jornada 19, última de la primera vuelta, y el Córdoba visitaba al Jerez, penúltimo en la tabla, con estímulos que más que con los puntos tenían que ver con la honradez profesional y el estímulo de la rivalidad por la presencia en la escuadra azulina del delantero cordobés Mariano Mansilla.

¿QUÉ OCURRIÓ?

El encuentro, como se podía prever entre contendientes desahuciados en la liga y malheridos en su orgullo, se dibujó bronco y sin concesiones. Uceda compuso una alineación formada por Luna, Juan Carlos, Campos, Vinuesa, Juanjo, Lucas, Marcelo, Urbano, Robles y Charles. Salieron Monzón por Vinuesa -retirado por lesión en el minuto 16- y Lalovic por Robles, también por lesión solo un minuto después.

Luna marcaba su terreno como solía hacer: con impetuosas salidas de puños, llevándose por delante a quien fuera menester, con su amplio catálogo de aspavientos y sus clásicos lanzamientos en plancha ante las botas de los rivales, sin el más mínimo miramiento ni por el otro ni por sí mismo, en una acrobacia cercana al masoquismo que venía a refrendar la conocida teoría sobre la peculiar personalidad de aquellos que se dedican al oficio de portero de fútbol. Era su carácter, su estilo. Así lo aprendió.

Corría el minuto 60, con 0-0 en el marcador, y en un balón colgado al área chocaron de forma brutal Mansilla y Luna. El ariete se levantó, recriminado por sus paisanos blanquiverdes -entre ellos el vehemente capitán Perico Campos-. El árbitro asturiano Álvarez Díaz reanudó el juego, pero algo no iba bien.

“Sigo, sigo...”, decía Luna con la mirada perdida... y la clavícula izquierda rota. Gonzalo Uceda ya había hecho los dos cambios. Luna insistía en continuar. La situación era dantesca. El doctor López Vázquez decidió entonces colocar un vendaje al bravo guardameta, que se dispuso a aguantar el dolor en los cuarenta minutos más largos de su vida. Su gesto conmovió a todo el estadio, que enmudeció ante cada intervención del portero. El partido terminó con empate a cero.

¿QUÉ PASÓ DESPUÉS?

Siete días después, la directiva que presidía José María Romeo impuso al jugador la insignia de oro y brillantes por su entrega en el campo. El Córdoba acabó aquel curso 82-83 descendiendo a Segunda B. El Jerez, también. Luna sólo jugó cuatro partidos oficiales en la siguiente temporada. Cuando volvió a ser titular, el equipo estaba ya en Tercera División. Y con él bajo los palos volvió a ascender.

Luna solo tuvo un club en su carrera: el Córdoba CF, cuya portería defendió en Segunda, Segunda B y Tercera. En enero de 1988 defendió por última vez el arco blanquiverde. Fue en un partido ante la UD Salamanca en El Arcángel. Nadie fue capaz de batirle. En aquel encuentro, que terminó 0-0, tuvo Luna como compañero a Mansilla, aquel rival contra el que chocó un día en Jerez para protagonizar un episodio que quedó grabado en la historia del Córdoba CF.