Para hablar de lo que supone Daniel Germán Onega Sirotto (Las Parejas --Santa Fe-- 17 de marzo de 1945) para River Plate hay que empezar el relato como arrancan todas las leyendas: «Érase una vez en el Antonio Vespucio Liberti...», o, lo que es lo mismo, «Érase una vez en el Monumental...». Porque por donde pisaron las botas de Daniel Onega y su hermano El Ronco Ermindo han ido dejando huella. Ya sea en el campo porteño de las avenidas Figueroa Alcorta y Udaondo, ya sea en el cordobés El Arcángel.

En Córdoba, Onega disputó un total de 125 partidos entre las campañas 1973/74 a 1976/77, en los que marcó 20 goles. A los tres minutos de su debut con la blanquiverde, contra el Deportivo de La Coruña (2 de septiembre de 1973) ya había firmado su primer tanto. Llegó a la ciudad apenas un mes antes, el 6 de agosto, con jersey de cuello cisne y abrigo de paño, de la mano de Rafael Campanero. Unas 2.000 personas le dieron la bienvenida en la antigua estación de la Glorieta Conde del Guadalhorce.

Junto a Onega, procedente también de River, ingresó en la nómina blanquiverde el defensa Jorge Eduardo Dominichi, un marcador lateral derecho que jugó 132 partidos y marcó ocho goles con los de Núñez. Dominichi murió joven, en 1998, con 51 años de edad. Un infarto detuvo en seco su corazón. Al llamarle la muerte, trabajaba como técnico en el infantil de River y cazaba talentos en el interior.

Campanero amortizó con claros beneficios deportivos las 55.000 pesetas que le costó el pasaje a Buenos Aires. El hoy presidente de honor cordobesista se desplazó a la capital de Argentina aconsejado por Antonio Calderón, gerente del Real Madrid. Una vez en tierras porteñas, Campanero conoció que Onega y Dominichi acababan de rescindir con River, y no dejó escapar la oportunidad. Dos estrellas a coste cero.

EL ‘FANTASMA’ DE RIVER

Y uno de ellos era nada menos que el ‘Fantasma’, como cariñosamente llama a Onega la hinchada del Monumental. Fue un apodo que le puso José María Muñoz cuando empezó a jugar en la Copa Libertadores. En su estreno, en un partido en Perú, Onega remató a gol de cabeza un contragolpe. Apareció por donde nadie le esperaba, y José María dijo: «Onega entró como un fantasma».

Con Daniel Germán había formado una dupla histórica en River su hermano Ermindo, cinco años mayor, que ingresó primero en el club. Dos años después, el ‘Fantasma’ siguió su camino. En 1966, le sobrevino la responsabilidad de tomar la plaza que dejaba vacante una leyenda, Luis Artime, que había fichado por Independiente. Le hizo debutar Renato Cesarini, el mismo técnico que sacó a Ermindo de Las Parejas para llevarlo a River. Ermindo fue también un futbolista extraordinario y un importante apoyo para Daniel. Jorge el Indio Solari (tío del actual entrenador del Real Madrid), Óscar Pinino Más (exjugador merengue), Juan Carlos Sarnari, un joven el loco Gatti, que se estrenaba,... fueron algunos de los coeátenos de Daniel Onega en el equipo bonaerense. Con Ermindo y Solari incluso llegó a fundar posteriormente un club, el llamado Ernesto Cesarini. Antes vino el periplo de los hermanos Onega en la diáspora. River Plate entró en un ciclo de austeridad. Ermindo en 1976 se fue a jugar a Chile y German recaló en Córdoba. De la huella que dejó en El Arcángel ya lo saben. En Ríver, el menor de los Onega disputó 207 partidos, en los que rubricó 87 dianas, la mayoría para enmarcar. Tras su estancia en Córdoba, Daniel se despidió de las canchas en 1978 en el Millonarios de Bogotá, con el que se proclamó campeón de Liga.

Pero fue en la Copa Libertadores en donde Onega fabricó su mito con River. La Copa Libertadores es a Onega lo que la Copa de Europa al Real Madrid: adrenalina y estímulo. El máximo goleador histórico de la Copa Libertadores es el ecuatoriano Alberto Spencer, con 34 dianas. Daniel Onega es el cuarto, con 31. Por delante del exblanquiverde sólo figuran los uruguayos Fernando Morena y Pedro Rocha, con 37 y 36 dianas, respectivamente. Con la camiseta de los millonarios, Onega conserva el honor de ser el máximo anotador en una edición de la Libertadores, con 17 goles en 20 partidos, en la edición de 1966. Nadie lo ha superado.

ONEGA Y ‘GALLINAS’

Si algún partido ha quedado marcado en la memoria de Onega en la Libertadores fue la final del 66 en la que River perdió con Peñarol por 4 a 2. De ese partido le sobreviene a River el calificativo de ‘gallina’. En el primer tiempo los argentinos ganaban por dos a cero. Esperaba el Real Madrid como campeón de Europa por la Intercontinental. En el descanso entró al vestuario Antonio Vespucio Liberti, el gran presidente que tuvo River, que prometió a los jugadores una semana en la Costa Azul antes de vérselas con los españoles. En aquella época en el fútbol americano era obligatorio realizar un cambio antes del minuto 44 en cada partido. Sáinz, un fornido defensa, pidió el relevo, y River quedó sin centrales. Cesarini colocó a Solari atrás e hizo encaje de bolillos. Los designios del balón, rebotes y jugadas desafortunadas llevaron el partido al tiempo añadido, donde Peñarol mató la final con dos contras. Tras este partido, River, con Onega en sus filas, fue a jugar a Banfield y a un hincha local se le ocurrió tirar a la cancha una gallina blanca con una franja roja. El sábado la hinchada y Onega esperan que esa gallina ponga huevos de oro.