Te tengo que contar un sueño:

-- He soñado que le metían trece al Córdoba, lo miraba en internet, en uno de esos sitios que te lo van actualizando. Iban cero a trece...

Ya ni es agradecido el paseo al estadio, muy pronto llega este calor que te hace bajar sudando de tender la ropa en la azotea.

El suplicio de cada fin de semana. Yo pensaba que hoy sería complicado usar el asiento de delante para estirar los pies, por eso de que venía el Barça, pero oye, que el sector de la esquina está vacío, ni quince personas.

Quedan siete minutos para empezar. ¡Que hasta en los fondos hay huecos! Y la preferencia alta da pena.

Pagar cien euros por ver al equipo bajar.

Añadir dos euros y medio por la botella de coca cola, sin vaso y sin hielo. En la zona vip comienzan a salir bandejas de bollería.

Por lo menos no tengo que hacer bocadillo, me llevo una palmera de chocolate por si me da hambre.

Sopor y bostezos.

Esta vez no hay ni murmullos, es el silencio.

Cosas que hacer antes que pagar cien euros por ver al Córdoba bajar: despedida de soltero, salir de cruces, quedarse en casa, comer con tu madre, dar a luz.

Es niño.

-- Van 0--4

-- Buen ritmo.

Se llama David.

-- Se lo estoy retransmitiendo mientras lo duermo.

El silencio en una piscina mientras nadas solo relaja. El silencio mientras pisas hierbajos hacia la sierra gusta. El silencio y la sensación de libertad viendo el océano... mejor no soñar, volvamos a este silencio y a esta desesperante ausencia de animación, de hinchas, de emoción, volvamos a este insulso teatro llamado partido de fútbol de Primera División. Volvamos al patio del colegio, recordemos a los niños salidos de párvulos, recién entrados en clase con seis años, en el mismo patio que los mayores, juegan con una pelota de papel de aluminio, pero mayores y pequeños no compiten porque sería humillante. Hoy estoy viendo un patio de colegio con niños de todas las edades mezclados.

-- Los jugadores del Córdoba vinieron como nosotros, a verlo.

Hay algo más desesperante que el partido. Que a las cuatro y 45 de la tarde salga un hombre al césped con un micrófono, la voz enérgica, y grite a la afición que sonría para una gran foto. "¿Queréis una camiseta firmada por todos los jugadores del Córdoba?". Abucheos. Quién va a querer la camiseta del oprobio.

-- Quedan siete goles para que se cumpla tu sueño.

Se va el visitante Iniesta y recibe una gran ovación, parte del público de pie; se va el local Bebé y arrecian los pitos.

-- Solo cinco goles para que aciertes tu sueño.

Otros se giran al palco: ¡Cobradle a los socios para esto! ¡González, mira cómo tienes el campo contra el Barça, vacío! ¡Es una vergüenza! 0--8, pero casi nadie se marcha.

Contadlo. Ahora ya podréis contarlo. Los que lo vieron en directo y los que hicieron huelga para protestar, los jugadores y los que trajeron a estos jugadores, quien los entrenaba. Todos podrán contarlo. Pagar y contar. ¿Cuánto sale? 0--8.

Acaba y ni siquiera hay lágrimas de descenso.

Los camareros ofrecen a los aficionados que salen los dulces que sobraron en sus bandejas. Queda una magdalena, pero no parece que tenga chocolate. Ya alejado del estadio abro mi palmera, derretida, y me siento en el arcén a tomármela. Al otro lado del río escucho música, el ensayo de un concierto, y me acuerdo de los festivales de agosto. El sol me da fuerte en la nuca pero me da igual. No pienso que el Córdoba ha bajado, sino en todo lo que voy a hacer este verano.