Inglaterra le apagó la luz a Nueva Zelanda. Con un ejercicio defensivo que pasará a la historia del campeonato, el equipo de la Rosa dio la campanada en la primera semifinal de la Copa del Mundo de rugby de Japón y, dinamitando todos los pronósticos, superó por 19-7 a los All Blacks, que vieron impotentes cómo se esfumaba su anhelo de conquistar el tercer título mundial consecutivo. Los ingleses, por su parte, jugarán el 2 de noviembre en Yokohama la cuarta final de su historia (solo abrazó la gloria en la del 2003) frente al ganador del partido que el domingo enfrentará a Gales y Sudáfrica.

No habían pasado ni dos minutos y los inventores del rugby ya mandaban en el partido (7-0) gracias a un ensayo de Tuilagi y a una transformación de Farrell. A partir de ahí, el primer tiempo fue una exhibición de intensidad y fiereza por parte de Inglaterra, que, con los 'kamikaze kids' Curry y Underhill impartiendo 'un clinic' sobre el noble arte del placaje, ahogó por completo el juego de los kiwis y se fue al descanso con 10-0 gracias a un golpe de castigo convertido por George Ford.

CADENA DE ERRORES

Arengados por su legendario capitán Kieran Read, los neozelandeses buscaron la heroica en la segunda parte, pero el arrebato se tradujo en una cadena de errores e infracciones bien aprovechados por los de la Rosa, con un Ford excelso en la lectura de lo que demandaba el encuentro. El apertura inglés puso el 13-0 con otro penal y, después de que los All Blacks recortaran la ventaja con un ensayo de Savea y conversión de Mo’unga (13-7), siguió pasando golpes de castigo hasta dejar el resultado en el definitivo 19-7.

"En la Copa del Mundo, la defensa lo es todo", apuntó tras el partido Eddie Jones, fichado para enderezar la nave inglesa tras el fiasco del Mundial del 2015. Por el momento, esa convicción ya le ha servido al veterano entrenador australiano para cambiar el rumbo de la historia del rugby. El próximo sábado, en la final, tendrá la oportunidad de llegar al cielo.