En la mitología nórdica el infierno no es, como lo conocemos en la sociedad judeocristiana influida por el clima mediterráneo, una gruta subterránea abrasada por fuegos incombustibles. Allí, en el norte de Europa, el clima glacial en invierno llevó a pensar a sus gentes en un infierno -o Helheim- helado, un reino del frío en el que mora Hela, la diosa de la muerte, que añade a un frío soporífero la oscuridad y crueldad propia de esta diabla de los nórdicos.

La primera parte de ayer en Los Pajaritos se pareció mucho a aquel infierno helado de la cultura primitiva de los nórdicos, con un Córdoba falto de intensidad, de ritmo y de sangre. Se le congelaron los corazones a los aficionados blanquiverdes que, la mayoría resguardados del frío en sus casas o en el bar más cercano, presenciaron 45 minutos calamitosos de su equipo. Hasta el descanso la sensación no fue la de un equipo que esté peleando por reengancharse a la pelea por la permanencia, sino más bien la de once muertos vivientes que se dejaban ir al granizado Helheim con poca honra y dignidad.

No le salió el partido planteado a Curro Torres, que desde la banda se desgañitaba para recomponer sus piezas, en especial desde el primer gol del Numancia, obra de Diamanka, en un cabezazo en un córner en el que fallaron las marcas de los defensas blanquiverdes. Primer sopapo helado, con la nieve cubriendo el césped de Los Pajaritos y la cabeza de más de uno que, aterido de frío, no atisbaba a encontrar al compañero más cercano y buscaba balones en largo imposibles que, más que pases, eran despejes a la nada. A esa nada a la que el Numancia tenía muchas ganas de mandar al Córdoba ayer.

Porque puede ser perdonable que te marquen de cabeza a pocos metros del portero en un córner. Pero que ocurra una segunda vez, media hora después de la primera ocasión, y con el mismo protagonista, Diamanka, clama al cielo. El centrocampista del Numancia estaba en esta ocasión aún más solo que en la primera y, sin oposición, puso el tercer gol de los sorianos. Entre medias Oyarzun, el que más frenetismo y calidad ponía al choque, había marcado el gol de la tranquilidad para los rojillos. O de la aparente tranquilidad.

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Porque los hinchas locales, que ayer celebraron el 20 aniversario de Los Pajaritos y acudieron en un número importante al estadio soriano, paliaron el frío aplaudiendo y animando a sus atinados jugadores en el primer tiempo. Pronto se quedarían mudos, puesto que en apenas 15 minutos De las Cuevas y Piovaccari traían la esperanza al Córdoba con un gol anotado por cada uno. El primero, seguramente, fue celebrado por los cordobesistas con una mezcla de desazón y cierta sensación de -¿ahora vais a marcar?-, pensando en que tal vez el anticongelante de sus botas fuese de peor calidad que el de las sorianas. Piovaccari recogió el balón de las redes tras su tanto, el que dejaba a uno solo el empate, y la celebración fue importante por los jugadores del Córdoba, esta vez con el mismo ritmo que la de sus hinchas en el sofá o en la silla del bar. Pero el infierno nórdico anhela el alma moribunda de un Córdoba que no termina de tener vida, y el Numancia perdonó la sentencia pero no permitió que los blanquiverdes se acercasen con peligro a su área.

Al final, octava derrota blanquiverde esta temporada y la sensación de que el Córdoba estuvo pajarito en el 20 aniversario del estadio soriano que lleva tal nombre. ¿Habrá alguien dentro del club que pueda insuflarle -elijan otro adjetivo mejor si quieren- a la plantilla lo que necesita para que despierte? Porque para la primavera quedan justo dos meses, y para entonces hay que llegar con vida, y no muertos.