Gracias, papá, pero no quiero el abono. Ya he aprendido a decir que no. Gracias por todas las molestias que te has tomado. Por pagármelo cuando tenía 12 años. Por mantenérmelo cuando me fui a estudiar a Madrid. Por dejar mi nombre para que no perdiera mi número de antigüedad. ¡Ya estoy por debajo del mil! Gracias por acabar yendo tú al fútbol para que el Córdoba no perdiera un socio. Vaya lío en el que te metí. Gracias y lo siento.

Me hacía ilusión cuando cada verano me daban el nuevo carné y miraba entusiasmado cuántos números había bajado. Cosas de niños, supongo.

Solíamos ir toda la pandilla en grupo y hasta teníamos una pancarta gigante, que durante meses pintamos en la azotea de nuestro portal. Incluso llegamos a viajar con ella. Qué será de esa pancarta, ¿en qué trastero estará?

Hoy sobran abonos y nadie los quiere.

Esta vez tampoco yo.

No.

La última vez que falté me dolió un poquito. No dejaba de pensar que me estaba perdiendo algo. Hoy, a cientos de kilómetros, no estaré pensando en ti. Escribo, pero no te echo de menos. Me he vuelto inmune a ti, algo que me parecía imposible hace tiempo.

Aprendí a decir que no entre otras cosas porque me convencí de que nadie es imprescindible. Que yo no estaré, pero que todo seguirá igual. Que yo estaré bien, estaré mejor, y tú vas a seguir igual. Quizá a veces nos creemos más importantes de lo que somos. No estamos y la vida sigue, el fútbol sigue, los romances siguen. Puede que el de al lado note nuestra ausencia, la notará hoy. Dónde se ha metido este, pensará. Pero pronto se olvidará. Le resultará extraño la primera vez que mire a la derecha y vea el hueco. Pero luego incluso verá las ventajas del asiento vacío. Puede dejar su chaquetilla, que tanto le solía incomodar sobre sus rodillas. No somos imprescindibles, y a todo nos acostumbramos.

Cada vez es más gente la que opta por no venir.

Yo lo entiendo.

Los primeros meses aguantas. Aguantas aunque te estén amargando cada fin de semana porque te amparas en un cariño que viene de muy lejos y que crees indestructible. Pero sabes perfectamente que esa relación está en el alambre, aunque no quieras asumirlo. Y basta cualquier soplo para que te vayas. Luego volverás, pero cuando preguntas por lo que te has perdido y te contestan, puf, nada, lo de siempre, pues te hace dudar, y entonces ya no te hará falta un súper plan para no venir, ya bastará con una simple comida familiar, ir a ver a tu abuela, el frío, una resaca, que los niños no te han dejado dormir, que te vas a tu pueblo o que te quedas a leer.

Lo superfluo se va imponiendo.

Y así nos estamos quedando cada vez menos. Pero no es por nuestra culpa. Es por la vuestra, directivos y futbolistas. Os habéis confiado. Os habéis relajado. Y no hay nada más peligroso que acomodarse. Pensabais que nuestro amor era tan fuerte que podíais hacer lo que quisieras, que no nos daríamos cuenta, que aún así aguantaríamos. Y sí, claro que aguantamos, y seguiremos aguantando, pero no olvidéis que todo tiene un límite. También el amor.