Como si la magia de un mago desapareciera. Rápido y fulminante. Así quiso despedirse Enrique Castro Quini a sus 68 años de edad. Por encima del delantero, se marcha un hombre admirado por todos, no solo por el planeta fútbol, y alguien que dejó un profundo legado en el FC Barcelona, pero sobre todo en el Sporting de Gijón, siendo curiosamente de origen carbayón. Una prueba más de la capacidad mágica de este asturiano para encandilar a todo aquel con el que se encontraba.

Aunque los conjuros y hechizos de El Brujo no solo embrujaron los estadios y ciudades de los clubs mencionados anteriormente. Fueron numerosas las ciudades que Quini consiguió hipnotizar con su talento, pero sobre todo con su capacidad para anotar goles cuando nadie lo esperaba. No se le veía en el campo, pero cuando quería hacer su hechizo las defensas rivales ya lo tenían en el sitio preparado para rematar su conjuro sin que nadie pudiera impedirlo. Esas cosas que tienen los grandes genios.

Enrique Castro González nació en Oviedo el 23 de septiembre de 1949 en el seno de una familia de deportistas muy ligada al fútbol. Su hermano Jesús y su padre también fueron futbolistas.

Al cumplir los 14 años, Quini trabajó como pinche en una industria metalúrgica. Un año después fichó por el Don Bosco. Trabajaba y estudiaba en la Escuela de Formación Profesional para soldador, y en 1964 pasó a la empresa Ensidesa, para ingresar tres años más tarde en el Sporting, en el que permaneció 13 años. Tiempo suficiente para poner a Gijón en la primera línea de relevancia del balompié nacional y embrujar a todo aquel aficionado que le viera. Como aquellos que estuvieron presentes en el viejo Arcángel aquel 5 de diciembre del 1976. Un Sporting de Gijón recién descendido de Primera División visitaba a un Córdoba en Segunda.

Todos sabían de las cualidades que tenía El Brujo, pero haciendo honor a su apelativo nadie pudo evitar que ejecutase su conjuro. Además, lo hizo fugazmente, concretamente a los cinco minutos de partido cuando, como cuenta la crónica de CÓRDOBA, en el «desconcierto de la defensa del Córdoba que aprovechaba Quini para hacerse con el balón y, tras dominarlo y plantarse de cara a la portería, bate a Molina de certero chutazo». Este fue uno de los 26 goles que anotó en la temporada 76/77 y que no solo le permitieron ser pichichi, sino también fueron clave para que el conjunto de El Molinón regresara a la élite. Y vaya que volvió.No obstante, ya había hecho una aparición anterior en el viejo campo cordobesista. Y en Primera. El 14 de noviembre de 1971, el Sporting se impuso en El Arcángel por 0 a 1 con un gol en la última jugada del partido. Cómo no, el gol fue de Quini. La primera vez que el Sporting visitó Córdoba lo hizo camino de Primera División, en la campaña 1969/70. Herrero II marcó en el minuto 43 el solitario gol que se celebró en El Arcángel. Castro, José Manuel, Quini, Marañón, Valdés y Churruca son algunos de los nombres que vencieron a un Córdoba CF que alineó a: García, Cepas, Rodri, Ponce, Jaén, Torres, Alvarez, Manolín Cuesta, Cruz Carrascosa, Diego y Jara.

Dos temporadas después de aquel ascenso (1978/79), el Sporting de Gijón fue subcampeón de Liga en la temporada, solo superado por el Real Madrid. Casualmente, Quini fue también el segundo máximo goleador de la categoría con 23 goles, tres goles menos que Krankl, del Barça. Ahí ya tuvo su primera toma de contacto con una entidad azulgrana en la que recalaría en la campaña 1980/81 tras ser pichichi con el Sporting de Gijón en la 1979/80. Sus conjuros en el Camp Nou le reportaron dos Copas del Rey, una Recopa, una Supercopa de España y una Copa de la Liga.