"¡Aúpa, que tienen mala cara!". Los de la mala cara eran "Rafal Majka y el otro" y el otro era el belga Dylan Teuns. Y el que los miraba Óscar Rodríguez, de 23 años, un antiguo estudiante de ingenería mecánica, cuyos estudios dejó hace un par de cursos para dedicarse a la bici. Ha nacido una nueva estrella en la Vuelta, en la Vuelta que sigue dominando, no sin sufrimiento, Jesús Herrada (Cofidis). Óscar es un navarro de Burlada, del pueblo de al lado de Villava, criado en el Club Ciclista Villavés. ¿Suenan de algo estas denominaciones? Pues se recuerdan y ya está. En el Club Ciclista Villavés se formó a finales de los años 70 un joven talento de Villava que se llamaba y se llama Miguel Induráin.

La Vuelta busca nuevos valores. Mira hacia un mallorquín, Enric Mas, que llegó a la Camperona al ritmo de Nairo Quintana y Simon Yates y un poco por delante de Alejandro Valverde, que resiste y se niega a abdicar con 38 años ciclistas muy bien llevados. Cuando Induráin se bajó del trono ciclista, Óscar Rodríguez aún no había cumplido los dos años. Cuando Induráin ganó su último Tour, era un bebé. "Pero soy de la misma edad que su hijo mayor y he salido muchas veces con él y con su padre. Lo conozco de ir con él en bici". E Induráin, en parte, ha ejercido de consejero. "Ve por aquí, haz esto. Y no veas lo que anda todavía. Les apretaría a más de uno la cara en el pelotón".

Así ha crecido, así se ha hecho ciclista, así escuchando la doctrina de Induráin, mientras entrena con él, Óscar se ha formado como uno de los valores de la nueva cantera navarra. Porque hay que ser muy bueno y tener mucha clase para escaparse con corredores de la talla de Majka, Zakarin, King, Henao o Mollema, y dejarlos tirado en una cuesta llamada la Camperona donde los viejos todoterrenos deben emplear la reductora para llegar a la cima.

El equipo de Euskadi

Y se ha formado profesionalmente dirigido por Jon Odriozola, un antiguo escudero de Abraham Olano en el Banesto, que siempre quiso ser director deportivo y que como buen vasco, erre que erre, llamó a mil puertas hasta convencer a la constructora Murias, que tiene negocios en Euskadi y en Melilla, para que patrocinara al nuevo equipo de Euskadi, el que da oportunidades a chavales como Óscar Rodríguez para que exhiba toda su clase en la cuesta de La Camperona.

"No me puse nervioso. Miraba mi potenciómetro y, cuando no, elevaba la cabeza y veía a Majka y al otro". ¿Los pilla, no los pilla? Pues sí. De repente, Óscar vio que estaban tan cerca y que rodaban tan lentos, que él los iba a superar. Los pasó y hasta puro mirarles la cara, como hacía el gran Induráin, para fijarse que no tenían buen aspecto. ¡Aúpa! La señal para demarrar, para no acobardarse, para vivir su día grande y para no dejar pasar el tren de la fama el día que se paró en su estación.

Mirando hacia el futuro

Ni en el mejor de los sueños pudo pensar el Euskadi Muruas que ganaría una etapa de la Vuelta. Y no una cualquiera de esas que se llaman de transición. No. Fue en una subida de las que quitan el hipo, la misma en la que hace dos años Quintana comenzó a sentenciar la Vuelta. Y la misma, ahora, en la que el corredor colombiano se ha dejado ver para adivinar que Simon Yates no va en broma, ante la fortaleza de Valverde y el empeño de unos cuantos que, lejos de darse por vencidos, siguen dando guerra, ante las dos etapas de montaña asturianas que ahora aguardan a la Vuelta: el alto de las Praeres y los siempre deseados Lagos de Covadonga.

Pero a Óscar Rodríguez la general de la Vuelta todavía le da igual. Es el 63º de la clasificación, a más de 53 minutos de Herrada. Aquí ha venido a aprender la lección, a hacer los exámenes de las teorías que ha escuchado de Induráin. Y a hablar con desparpajo, sin cortarse, como cuando se cruza con Pedro Delgado por la cima de La Camperona. "Si he ganado aquí ha sido también gracias a los aires de Segovia". "¿Y eso?", le pregunta Perico. "Pues me concentré en Navacerrada para preparar la Vuelta".

Y aquí lo tenemos, dando guerra, llenando el alma ciclista de esperanza para demostrar que más allá de los 38 años muy bien llevados de Valverde, o de los 28, en pleno apogeo, del ausente Mikel Landa, hay futuro entre pedales.