Decía Séneca que «la recompensa de una buena acción es haberla hecho» y Ernesto Hita Espinosa, que se marchó ayer a los 75 años, fue un hombre con muchas y grandes recompensas. Llegó a Córdoba desde su Granada natal aún joven, superando no pocas adversidades hasta convertirse en un reconocido empresario en su sector, los hidrocarburos. Siempre junto a Lola, su mujer, y años después con Nieves y Elena, sus hijas, que le dieron tres nietos.

Aunque le conocí unos años antes, el primer recuerdo nítido que tengo de él es de un 30 de junio de 1999, en la esquina de Las Tendillas en la que se situaba el edificio de Creusa. Se le notaban fácilmente las emociones y esa noche le brillaban los ojos. Mientras que familiares y amigos celebrábamos el ascenso del Córdoba, él, con mirada de aficionado casi juvenil repetía en más de una ocasión: «Esto es muy bueno, esto es increíble», haciendo esfuerzos por contenerse.

Alguien escribió que no hay amor más sincero que el que sentimos hacia la comida y Ernesto tenía tan buena boca como espléndido paladar, unas virtudes que no eran sino una excusa para disfrutarlas como lo recomendaba Cicerón: «El placer de los banquetes debe medirse no por la abundancia de los manjares, sino por la reunión de los amigos y por su conversación». Se podía hablar con él de todo y más, cuando no se estaba de acuerdo, porque confrontaba siempre las opiniones (incluso las informaciones) con una sonrisa.

La misma sonrisa que dibujó ante un hecho que refleja bien cómo era su perspectiva ante la vida. Amante de los animales, tenía varias mascotas y una de ellas anduvo enferma bastante tiempo. Veterinarios, cuidados, comidas especiales, operaciones... Una vez recuperada, comentó que «hasta para ser perro hay que nacer con buena suerte».

A principios de siglo entró en el Córdoba CF e hizo prácticamente de todo. Encargado de infraestructuras, consejero, patrón de la Fundación, de la que llegó a ser presidente y, posteriormente, presidente de honor, se podía decir que era el hombre a buscar para todo lo que no fuera fútbol, paradójicamente. Era la persona con la que contactar cuando había que montar una campaña solidaria, un torneo de chavales o cualquier tipo de acción en la que el club pudiera ayudar de alguna manera a otros sectores de la sociedad. También para el trabajo ingrato del acondicionamiento de algunas dependencias del estadio o de la propia ciudad deportiva. Una labor para la que tuvo que ayudar, incluso, económicamente.

Hoy se celebra su funeral en la Parroquia de San Nicolás de la Villa a las 12.00 horas y el Córdoba anunció ayer que se guardará un minuto de silencio en los prolegómenos del encuentro del próximo sábado, contra el Real Oviedo. En su comunicado, el club de El Arcángel informó de que «la familia blanquiverde está hoy de luto por la pérdida de un gran hombre, que trabajó incansablemente por el Córdoba y en especial por su Fundación, la que presidió y en la que inculcó un marcado carácter de servicio a la comunidad y en especial, a los sectores más desfavorecidos, haciendo hincapié en la formación humana de los más jóvenes».

Muchos aficionados mostraron su pesar ayer por su pérdida y todos coincidían en que se marcha un hombre que demostró un gran corazón en todo lo que hacía y con los que se relacionaba. «Todo acto de bondad es una demostración de poderío», dejó escrito Unamuno. Y Ernesto Hita Espinosa demostró a lo largo de su vida mucho poderío.