Es difícil, muy difícil de entender que, otra vez, por enésima ocasión, el Córdoba tire un partido por un error puntual en defensa. Ante un Cádiz que no es ni la sombra de un equipo que aspire a subir a Primera, firme exponente de la devaluación de la Segunda División, el equipo blanquiverde se mostró más o menos solvente, por momentos hasta ofensivo y capaz de generar peligro al rival. Pero en el minuto 58, entre Quintanilla y Carlos Abad se estorbaron, y el central vasco se marcó en su propia portería.

No tiene justificación, desde luego que no, por mucho que unos y otros digan luego, o antes, o durante, lo que sea para endulzar el amargo trance. Porque como bien dijo Miguel Flaño hace una semana, de los pocos que sacan la verdad a relucir, «las palabras se las lleva el viento, cansan, y hay factores donde no estamos dando la talla». Esos factores, son ante todo, las indecisiones atrás, que le cuestan los partidos y los puntos a un equipo que necesita muchísimo para ganar y muy poco para perder o, en el caso de ayer, para empatar.

¿Cabe la ilusión? ¿La garra demostrada en la segunda parte se traducirá en una remontada que, ahora mismo, resulta difícil de pronosticar?

600 voces de esperanza

Mientras tanto, queda la afición cordobesista, esa que ayer dio nuevamente muestras de un sentimiento de pertenencia a su club como pocas en el fútbol nacional. Si difícil de comprender es el que se cometan los groseros fallos ya comentados, más aún lo es presenciar a esos 600 aficionados que ayer se dieron cita en el estadio Ramón de Carranza, no pararon de animar e, incluso, acabaron por aplaudir a cada uno de los jugadores del Córdoba que eran sustituidos.

Este equipo no está muerto, aunque las matemáticas digan que tiene toda la pinta de que puede estarlo en unas semanas. Para dejar de apestar a cadáver, como olía hace una semana, debe comenzar a ganar, de la forma que sea.

Pero, pase lo que pase, el Córdoba sabe que con aficionados como los 600 de ayer, la ilusión en tiempos mejores no se perderá.