Más que mirar al marcador, el Barça debe mirar al balón. No es un equipo acostumbrado a la épica. Cuando la ha necesitado en la última década, no le ha ido nada bien. La caída ante el Inter de Mourinho del equipo de Guardiola (2010), con un grado de excitación máxima, es el último ejemplo. Al Barça solo le vale la épica de la pelota, situado al borde del abismo tras una noche desastrosa en París hace ya tres semanas. Desde entonces, el Camp Nou ha vivido una catarsis. Del duelo por una derrota trágica a la esperanza de ver como el Barça se ha regenerado con el 3-4-3, una romántica idea cruyffista a la que Luis Enrique ha dado su sello.

Lleva tres semanas el técnico asturiano mirando sin parar aquella dramática noche. Jamás ha visto tantas veces un mismo partido. Y hasta el último instante repasará un encuentro que dejó profundas heridas. Tan profundas que el técnico actuó en dos direcciones: primero en la pizarra, recuperando el modelo táctico más atrevido, con solo tres defensas, y después en la sala de prensa compartiendo con el universo culé su adiós. Dijo lo que había larvado durante las últimas semanas. Se va. Y punto.

Si el técnico era un problema para alguien, ya ha dejado de serlo. Luis Enrique verbalizó lo que había ocultado durante tanto tiempo y, en un guiño del destino, el Barça se encaramó al liderato, por mucho que el Madrid tenga aún un encuentro menos. Asumido el adiós del técnico, el equipo recuperó sensaciones. «No hemos tenido la oportunidad de remontar nunca un partido porque jamás se había dado esta situación, será una prueba de fuego y estaremos en disposición de pelear la eliminatoria», proclamó Luis Enrique. Antes de que el Barça se le muriera en sus manos, el técnico tomó el bisturí. Y de la necesidad (no solía Luis Enrique emplear ese 3-4-3 con tanta frecuencia) llegó la solución más adecuada para tender puentes de complicidad con el balón. Ha sido una inyección de vitaminas. Un canto a la esperanza, por mucho que eliminar al París SG sea una utopía.

CAMINOS NUEVOS / El Barça solo sabe arriesgar con el balón, consciente de que no tiene mayor tesoro. Cuando ataca, se despliega con solo tres guardaespaldas para Ter Stegen. De repente, Suárez sostiene a los centrales rivales, Neymar y Rafinha estiran el campo hasta hacerlo lo más ancho posible, Sergi Roberto disfruta como interior -su posición de toda la vida-, Busquets no se siente desamparado y Messi, siempre Messi, toca más balones (y en mejores condiciones) que nunca.

Al París SG, además, el técnico ya le jugó con este sistema en el último partido de la liguilla de la Champions de su primera temporada (2014-15), con Bartra, Piqué y Mathieu formando la línea de tres, dejando toda la libertad como media punta a la estrella argentina. Aquella noche todo empezó mal con el gol de Ibrahimovic, pero el Barça remontó con goles del tridente: Messi. Suárez y Neymar. Aquel resultado (3-1) no le valdría ahora.

Curiosamente, todas las victorias europeas que el Barça ha firmado en el Camp Nou esta temporada serían el pasaporte para soñar con una epopeya nunca vista antes: 7-0 al Celtic, 4-0 al City y 4-0 al Borussia, que abrirían la puerta a la prórroga. Igual esa vitamina le llega tarde al Barça, pero tiene a Messi. Más allá de sus goles (38 lleva en 37 partidos), no hay nadie como Leo.