El viento corrió y de qué manera durante la tarde de ayer en Córdoba, azotando las gradas de El Arcángel, que en algunos momentos, entre el temporal y la enorme cantidad de gente que había dentro, parecía que iba a caerse. Porque si el viento trastocaba los planes de una afición que se lanzó en manada al coliseo ribereño, no mermó sus ganas. La afición apretó de lo lindo, en especial en los últimos compases del partido. Tanto fue así, que el propio Sandoval reconoció tras el partido que «los aficionados remataban en los córners». Sin duda alguna, pusieron todo lo que tenían en su mano, o más bien en su garganta, para que Aythami llegara al balón que quedó muerto en el área pequeña, tras el disparo de Loureiro, y rematase a placer poniendo el 1-1 en el luminoso.

Faltan ya calificativos que puedan dar muestra del enorme mérito que tiene una afición, la cordobesista, que prácticamente llena un estadio de más de 20.000 asientos con su equipo a cuatro puntos de los puestos de la permanencia. Con una temporada para olvidar, y espoleados por la nueva política de acercamiento a la afición puesta en marcha por la nueva propiedad, están respondiendo, y permitiendo que los jugadores se sientan tremendamente arropados en su estadio.

De hecho, este aspecto fue algo que tanto el entrenador del Oviedo, Juan Antonio Anquela, como los jugadores visitantes que pasaron por la zona mixta pusieron en valor. Su equipo había sacado un punto de «un estadio difícil». El reto que se puso por delante José Ramón Sandoval, el de que la afición diera el plus para que el Córdoba fuese temido por todos los rivales que visiten el coliseo ribereño, es ya una realidad. Y ese factor será crucial de aquí a lo que resta de temporada. Porque cuando 18.000 gargantas cantan hasta acallar al fuerte viento del oeste que azotaba y congelaba las gradas, es difícil que no tiemblen las piernas. Cuando los fondos norte y sur son un hervidero de juventud que no para de saltar, animar y bailar sobre sus asientos, es prácticamente imposible que los once jugadores que visten la zamarra blanquiverde no tengan ese plus que permite añadir un gramo más de fuerza cuando cuesta encontrar el aliento. Obviamente los que dan las asistencias, meten los goles y sufren las lesiones son los que pisan el rectángulo de juego, y la salvación del Córdoba dependerá de los jugadores y del cuerpo técnico del conjunto blanquiverde. Pero hay aspectos que giran en torno al fútbol y que hacen que el árbol se mueva, que el alma se inquiete y las piernas rindan más de lo que el cerebro les ordena.

Muchas son las medidas que este club debe tomar en el futuro para que la sintonía creada entre los que ocupan sus asientos y los que juegan al fútbol siga siendo total después de esta temporada. Obviamente, en la situación de auténtica urgencia deportiva que vive el equipo, no hay mañana. «Cada partido es una batalla», parafraseando a Sandoval, y en medio de una refriega a vida o muerte no hay tiempo ni ganas de pensar en el día después. Pero el viento amainará, la situación se tranquilizará, y el cordobesismo exigirá altura de miras a los que mandan en la entidad cordobesista. Están dejándoselo todo en cada partido en casa, haciendo cientos de kilómetros por toda España para que sus jugadores no estén solos en campo contrario, y su presencia y aliento están siendo vitales para que se consiga la permanencia.

Ayer soplaron de lo lindo y acallaron a las fuerzas de la naturaleza. Y seguro que ya están preparados para el siguiente combate.