Lo de la afición del Córdoba resulta ya de empresa quijotesca. Viajes por toda la geografía española sin ninguna certeza de éxito. Ayer tocó un traslado más sencillo, de poco más de una hora de duración y a una tierra que es casi hermana. Las aficiones del Málaga y del Córdoba confraternizaron en las horas previas al partido y posteriormente en La Rosaleda.

Camisetas blanquiverdes y blanquiazules desfilaban por igual, aunque cuando la pelota comenzó a rodar se acabó la fraternidad. Porque cada garganta anima a los suyos, y ayer los malaguistas tenían muchas más razones para animar. Se hicieron oír los algo más de 1.000 aficionados del Córdoba pese a que al descanso el luminoso señalaba el 2-0 a favor de los locales. La aventura quijotesca seguía su curso pero pocos se levantaron del asiento para irse. Eran las siete de la tarde y el sol aún lucía, pero el viaje merecía el empeño de creer en el milagro, ese vocablo tan manido y gastado en la pasada temporada, cuando el equipo destilaba una intensidad y un coraje ahora desaparecidos.

Poco se puede pedir ya al cordobesismo más que agradecer su aliento. Porque allá donde vaya el equipo blanquiverde le siguen en tropel. Esta hinchada parece más una hermandad de penitencia que un grupo de animación. Acuden al templo a sabiendas de que las probabilidades de martirio son altas. Cuando acabó el partido en La Rosaleda cogieron carretera y manta con el ánimo por los suelos, pero con la fe intacta. Porque si algo tiene el Córdoba es una infantería inagotable en presencia, en cantidad y en espíritu. Es ese y no otro el principal activo inmaterial del Córdoba CF, y en esta temporada que pinta de nuevo para sufridores allí seguirán ellos. Con su bufanda al viento y su blanquiverde con el escudo en el pecho. Ellos son los valientes.