El día D para los más de 7.000 inscritos que recogieron ayer su doral ya había llegado. A pesar de la fría brisa matutina y los tímidos rayos de sol, el ambiente en las calles cordobesas ya presagiaba un día especial.

Decenas de personas con ropas de colores llamativos hacían acto de presencia, todas ellas hacia el punto de partida en Conde de Vallellano. Pero no solo había transeúntes con el único propósito de correr. Mientras muchos corredores calentaban, familiares, amigos y también curiosos se acercaban a la línea de salida. Y con tal concentración de gente, los camareros de las cafeterías saciaron sus ganas de participar en la Media Maratón para llegar lo más rápido posible a su meta: satisfacer a sus clientes con el mejor avituallamiento, ya fuera un café, un dulce o unas tostadas, y sobre todo con la mejor de las sonrisas.

Menos de 10 minutos para la salida y aquellas personas que animarían a sus corredores favoritos preparaban sus palmas o globos. Restan cinco minutos y el cosquilleo aumenta, en especial cuando Ambrosio ya prepara la pistola que lanzaría el inicio de la prueba. La alcaldesa aprieta el gatillo y como si se tratara de la compuerta de un embalse, un río de corredores comienza a avanzar y con él, el público presente anima entusiasmado a los participantes. La marea de corredores avanza, mientras que los seguidores indoncionales se esparcen por toda la ciudad para buscar ese rincón donde animar efusivamente a sus atletas favoritos. «Nos hemos sentado en este banco de Cruz Conde para animar a nuestros amigos», señalan Antonio Villanueva y Antonio Jiménez».

Caen los kilómetros y las piernas empiezan a flaquear. Pero ahí está el público que nunca falla para incrementar las pulsaciones y recargar los músculos de los atletas. En especial en la zona centro, donde no cabía de emoción con el paso de los corredore procedentes de 15 países distintos y 45 provinciales españolas. Como el caso del madrileño Raúl Templado, que no olvidará su primera experiencia en «una carrera con muchísima gente y muy bien organizada».

Un impulso decisivo para llegar al Puente Romano. Allí, la vista se alza inevitablemente hacia la Puerta del Puente. Los corredores la ven más bonita que nunca. Una vez cruzada la meta, los gritos de ánimo se transforman en abrazos y besos tras un titánico esfuerzo. Muestras de cariño que sacan la mayor de las sonrisas, como la que tiene Amalia Bejarano al ver a sus padres. «Ha sido una carrera fenomenal en la que la ciudad cada año se vuelca más; mi hermana, que es profesional, me ha enganchado a esta carrera que no me la pierdo por nada».

Un subidón de adrenalina inolvidable no solo por el esfuerzo, también por esa energía externa que moldea una simbiosis positiva. Lástima que ahora resta un año para la 34ª. Y para que pase rápido: ¡A correr!.