El escocés John Lambie, entrenador del Patrick Thistle FC, un modesto equipo de Glasgow, se ganó un pequeño rincón en la gloriosa historia del fútbol británico el día en que uno de sus hombres, el delantero Colin McGlashan, chocó con un rival y se quedó tendido en el césped. Cuando el masajista que lo atendió le dijo a Lambie que el jugador estaba conmocionado y que no recordaba ni quién era, el técnico respondió: "¿No recuerda quién es? Perfecto. Dile que es Pelé y que vuelva al campo".

En el Reino Unido, se suele evocar la réplica de Lambie cada vez que un futbolista de quien no se esperan grandes cosas protagoniza una actuación propia de un superclase. Y el arranque del partido de Malcom Filipe Silva de Oliveira en el Estadio de la Cerámica nos hizo pensar anoche que tal vez el extremo brasileño se había dado un golpe en la cabeza durante el calentamiento, como McGlashan, y que alguien le había dicho que era Messi y le tocaba jugar.

El astro argentino, como es sabido, se quedó fuera del once inicial por eso de las rotaciones y el calendario. Se dice que los descansos de Messi son siempre fruto de un pacto entre el entrenador y el propio jugador, de modo que no hay que descartar que el 10 accediera a sentarse anoche en el banquillo solo después de ver cómo el diario 'Marca', medio que entrega el trofeo Pichichi y que representa a la prensa española en la asociación que otorga la Bota de Oro, reconsideraba su decisión inicial de no atribuirle el primer gol del derbi al rosarino sino al españolista Víctor Sánchez en propia puerta. Una vez restituida, y con toda justicia, la autoría del tanto, Messi, con 31, aventajaba en cuatro goles al francés Mbappé, su más inmediato perseguidor en la tabla de anotadores europeos. Margen suficiente para tomarse un respiro. Aun así, y por si las moscas, añadió otro en los últimos minuto del encuentro.

Conmoción pasajera

Malcom, decíamos. Pues bien, al brasileño le duró la conmoción un cuarto de hora. Tiempo suficiente para volver loca a la defensa del Villarreal, regalar el primer gol a Coutinho tras un sensacional desmarque de ruptura por la banda derecha y anotar él mismo el segundo al rematar de cabeza y con toda la intención un centro de Arturo Vidal.

El problema es que, transcurrido ese tiempo, Malcom empezó a recobrar la memoria y a tener conciencia de quién es en realidad: un jugador intenso y con mucho desborde, ideal para agitar el árbol en momentos determinados pero al que aún le falta comprender algunos de los fundamentos del juego del equipo. Y en ningún lance quedó eso tan a la vista como cuando, en el minuto 74, el brasileño quiso resolver por su cuenta después de recibir uno de esos balones que Messi envía con el franqueo para la devolución incluido. En lugar de buscar de nuevo al capitán (la típica jugada de Jordi Alba), Malcom chutó desde un ángulo imposible. Messi lo fulminó con una mirada que decía "traspasar". Luis Suárez. menos sutil, le regañó directamente (y eso que no estaba el uruguayo como para dar lecciones).

No merecía, en cualquier caso, ese trato displicente el joven extremo, que, pese a ir de más a menos, se mantuvo siempre un punto por encima del tono general del equipo. Particularmente catástrofica (el resultado habla por sí solo) fue la actuación de la línea defensiva, con un Umtiti absolutamente irreconocible. Como si se hubiera dado un golpe en la cabeza y alguien le hubiera dicho que era Yerry Mina.