Se colgarán medallas y se acumularán gestas en las próximas dos semanas pero los Juegos Olímpicos de Pyeongchang ya tienen su imagen para la posteridad. Los deportistas de ambas coreas desfilando en jovial comandita alrededor de una enorme bandera blanca con la península azulada en el centro. Hwang Chung-gum, del norte, y Won yunjing, del sur, liderando la marcha. Todos los asistentes en pie y muchos anegados en lágrimas. Los representantes de ambos países sonriendo y dándose cómplices felicitaciones en el palco más politizado de la historia. Todo lo que ocurrió antes y después en la elegante ceremonia resultó ya irremediablemente insustancial. La tensión regresará más pronto que tarde a la región y se comprobará lo efímero de la tregua olímpica. La estampa, sin embargo, perdurará.

La ceremonia desembocó en la paz con una insistencia que en otro contexto hubiera empalagado. El 'Imagine' de John Lennon, las palomas en sus diferentes representaciones, las alusiones en los discursos. "Todos los atletas, todos los que estamos en el estadio o los que lo ven en todo el mundo estamos muy emocionados por este gesto maravilloso y os apoyamos en el mensaje de paz", dijo Thomas Bach, presidente del COI. El sobrio y admirable presidente surcoreano, Moon Jae-in, se limitó a la fórmula que declara inaugurados los Juegos. La jornada supone un triunfo para Moon después de meses remando contra los desmanes norcoreanos, la belicosidad estadounidense y el escepticismo de su pueblo.

Armonia, delicadeza y agilidad

La ceremonia mostró esa precisión que subliman los asiáticos y mezcló con armonía, delicadeza y agilidad los avances de una de las sociedades más tecnificadas del mundo con homenajes a los ancestros y mitos. Los presentes solo pudieran lamentar el frío. A Pyeongchang le sobran razones para pasar a la historia: ha organizado los Juegos con apenas 50.000 habitantes y los ha devuelto a climas invernales que exigen abrigo y bufanda. Pero todo quedará sepultado bajo el fragor diplomático.

Los Juegos de Pyeongchang caminaban hacia la insustancialidad hasta que Kim Jong-un los mencionó en su discurso de Navidad como una oportunidad para la paz. Las portadas se acumularon desde entonces: las primeras negociaciones formales, el acuerdo para enviar una delegación, el desfile conjunto bajo la bandera unificada… Corea del Norte, un pequeño y empobrecido país del Extremo Oriente, ha demostrado de nuevo su dominio de la comunicación global. Ha monopolizado los focos de los Juegos Olímpicos con apenas una veintena de deportistas ignotos. Con ellos ha enviado a cientos de animadoras, músicos de orquesta, cantantes pop, expertos en artes marciales, funcionarios y políticos, todos a cuenta de las arcas surcoreanas.

La hermana del dictador

Lim Yo Jong, hermana del tirano, llegó horas antes de la ceremonia y fue la más seguida en el palco. Es la primera representante de la estirpe que ha regido durante décadas en Corea del Norte que traspasaba el paralelo 38. Sus apretones de manos y sonrisas con Moon certificaron que algo se mueve en la península.

Tanto protagonismo de los vecinos ha incomodado en Corea del Sur, donde muchos pronostican que las hostilidades volverán después de la clausura y se preguntan por qué el país organizador no puede desfilar con su propia bandera.