El de ayer no fue un día cualquiera en las instalaciones que los Central Coast Mariners tienen en Gosford, Nueva Gales del Sur. El entrenamiento del equipo de la primera división australiana de fútbol atrajo a decenas de periodistas de todo el mundo y también a un gran número de curiosos, pese a que la sesión transcurría a puerta cerrada. ¿El motivo? La presencia de un nuevo jugador que acaba de iniciar un periodo de prueba con el fin de lograr su primer contrato profesional con un club de fútbol. Es un jamaicano alto (1,97 metros) y ya veterano (ayer cumplía 32 años) que juega de lateral izquierdo; también es el velocista más grande de la historia, ocho veces campón olímpico y actual recordman de los 100 y los 200 metros lisos. Su nombre es Usain Bolt.

Desde que se retiró del atletismo en agosto del 2017, Bolt ha estado persiguiendo su sueño de jugar al fútbol como profesional. Hincha confeso del Manchester United (presenció en directo en Wembley la final de la Champions del 2011, en la que el Barça pasó por encima de los red devils) y de la selección argentina, el hombre más rápido del mundo ya ha probado suerte, sin éxito, en tres equipos antes de llegar a la liga australiana: primero viajó a Pretoria para hacer una tentativa con el Mamelodi Sundowns sudafricano. Se entrenó después un par de días con el Borussia Dortmund (en lo que fue más una campaña de márketing) y finalmente recaló en el Stromsgodset noruego, donde llegó a jugar 20 minutos de un partido amistoso (lo hizo con el dorsal 9.58, su marca en los 100 metros).

Los Central Coast Mariners parecen hasta la fecha la opción más viable para que Bolt vea cumplido su sueño. Pero su primer día de entrenamiento, en el que sufrió más de la cuenta con los rondos (¡por lento!) y quedó excluido del partidillo final, ya le enseñó que este no va a ser un camino fácil. «Estoy completamente fuera de mi zona de confort, pero es justamente por eso por lo que estoy aquí -declaró tras la sesión-. También en la pista de atletismo el primer día de entrenamiento es siempre el más duro. Todo va bien».

Usain Bolt no es, ni mucho menos, el primer atleta de élite que se propone cambiar de deporte. Habrá quien considere su empeño el mero capricho de un campeón endiosado, pero parece un gesto admirable que quien ya lo ha ganado todo se exponga de esta manera al fracaso. De hecho, entre los precedentes abundan los casos de estrellas que vieron seriamente comprometida su reputación en el momento de ponerse a competir en otros deportes. El ejemplo más célebre es el de Michael Jordan, cuya decisión de dedicarse al béisbol después de llevar a los Chicago Bulls a ganar tres campeonatos consecutivos en la NBA fue acogida con comentarios que recorrieron todo el espectro entre el escepticismo y la crueldad. Jordan, que aspiraba a integrarse en los White Sox de Chicago, empezó jugando en los Birmingham Barons, de las ligas menores. Lo hizo bien. Cuando se disponía a dar el salto, una huelga de jugadores de las Grandes Ligas frustró sus planes, de modo que volvió a los Bulls.

Mucho más embarazoso fue el intento de Jerry Rice, uno de los mejores receptores de la historia del fútbol americano, de convertirse en golfista. En su primer torneo acabó en el puesto 151 de 152 jugadores. En el segundo, completó la primera vuelta con 92 golpes (la cifra más alta de aquel año en el circuito) y fue descalificado en la segunda jornada cuando a su caddie lo sorprendieron utilizando un telémetro. Poco después, Rice anunció su retirada del golf profesional.

Son pocos, en cambio, los atletas que en el deporte profesional consiguen brillar en dos disciplinas distintas. Suele citarse el caso de Danny Ainge, que jugó tres temporadas en los Toronto Blue Jays de béisbol antes de pasarse al baloncesto y recalar en los Boston Celtics, con los que ganó dos anillos. Ainge era un claro producto del sistema estadounidense de deporte universitario, en el que los estudiantes pueden compatibilizar las temporadas de hasta tres deportes diferentes. Ello explica por ejemplo, que, al dejar la universidad, un atleta tan completo como Dave Winfield fuera seleccionado en el draft por un equipo de la NBA (los Atlanta Hawks), uno de la NFL (los Minnesota Vikings) y otro de las Grandes Ligas de béisbol (los San Diego Padre).

Pero nadie ha igualado la gesta de Bo Jackson, que durante cuatro años, en la segunda mitad de los 80, jugó tanto en la liga de fútbol americano (en los Raiders de Los Angeles) como en las de béisbol (en los Kansas City Royals). Una grave lesión de cadera le obligó a renunciar al fútbol americano antes de hacerse inmensamente popular gracias a una campaña publicitaria de Nike, en la que aparecía practicando todo tipo de deportes (baloncesto, tenis, hockey sobre hielo, fútbol, halterofilia, ciclismo, y cricket).

Podría decirse que Jesús Mariano Angoy, que jugó como portero ocho partidos oficiales con el Barcelona antes decantarse por el fútbol americano y desempeñarse en los Barcelona Dragons de la NFL Europe (llamó incluso la atención de los poderosos Denver Broncos), fue nuestro Bo Jackson particular. Una versión modesta, sí, pero entrañable.

Más frecuentes son los casos de deportistas amateurs o semiprofesionales que han obtenido medallas olímpicas en dos o más disciplinas. El boxeador estadounidense Eddie Eagan, campeón de peso semipesado en los Juegos de Amberes de 1920, se convirtió en el primer atleta -y el único masculino hasta la fecha- en lograr el oro en unos Juegos de verano y unos de invierno, al lograr la victoria en la prueba de bobsleigh a cuatro en Lake Placid 1932. Más recientemente, la ciclista británica Rebecca Romero se proclamó campeona olímpica de persecución individual en los Juegos de Pekín del 2008 después de haberse colgado una medalla en remo cuatro años antes.