Apuntaba a fiesta en El Arcángel lo que acabó como un funeral. Las altas temperaturas del mediodía cordobés no fueron acicate para que cientos de personas, a eso de las 13.00 horas, se fueran acercando a la carpa que el club montó en la explanada junto a las taquillas. Allí, salmorejo, tortilla de patatas y cerveza en mano, todo parecía más sencillo. El nadador adaptado Paco Salinas recibía su ovación antes del inicio al recibir una placa por su trayectoria, y cordobesistas del centro de diversidad funcional ‘El Granaillo’ de Villa del Río se llevaban el cariñoso aprecio de los abonados de Preferencia Baja. Pero ahí se acabaron las sonrisas.

Con el estómago lleno es difícil ser pesimista y eso debieron pensar los alrededor de 15.300 cordobesistas que se dieron cita, desafiando al calor, para animar a su equipo. Ayer no pudo ser. El salmorejo se le debió repetir a más de uno con los goles de Gallar y Melero en la primera parte.

Con el equipo pidiendo la hora, el descanso sirvió para un avituallamiento general, de los del césped y de los de la grada, porque el sol apretaba. El minuto 54 fue testigo del cántico del himno por parte de los grupos Incondicionales y Brigadas. El Arcángel se animaba conforme el Córdoba iba creciendo durante el partido y el gol de Guardiola en el 60’ le dio alas a la hinchada. Sin embargo, poco duró la alegría, ya que nada más sacar de centro le llegó el turno al Cucho Hernández, que superó a un muy dubitativo Kieszek para poner el 1-3 en el marcador. No era el día del Córdoba y la frustración de la afición la pagó en parte el trío arbitral, silbado y discutido especialmente durante la segunda parte. El penalti transformado por Reyes sirvió para que un hálito de esperanza surgiera en las gradas del coliseo ribereño. El «sí se puede» sonó como hasta entonces no se había oído durante el partido pero de nuevo fue un espejismo. El segundo tanto del Cucho Hernández enterró el choque.

El público fue saliendo a partir del minuto 85, consciente de que poco o nada quedaba por ver y prestos a aprovechar lo que quedaba de tarde. La desazón en el rostro de los cordobesistas acongoja, puesto que la situación clasificatoria del equipo invita a pensar que los puntos que se escaparon ayer pueden ser fundamentales. Quizá por ello Sandoval pidió ayer que «nadie baje los brazos». El papel de la afición sigue siendo insustituible y la esperanza es lo último que se pierde.