El fútbol acaba siendo, siempre, cosa de los futbolistas. Al fin y al cabo son ellos, y no los presidentes (ahora los dueños, incluso los jeques o mega ricos norteamericanos) y/o entrenadores de prestigio, hasta magos los hay, quienes monopolizan la atención de los aficionados y, sobre todo, los que, entre pitido inicial y final del árbitro, tienen el balón en sus pies, nos hacen disfrutar (o sufrir), divertirnos (o padecer) y hasta saltar por los aires, aunque a muchos (o casi todos) no importaría que se nos viese la camiseta o la bufanda. Pero, bueno, todos saben ya de que equipo somos. Es más, uno siente simpatías por un equipo para poder contarlo y decir que, escoger por escoger, prefiere que gane el suyo.

Y como este incierto balompié está en manos de los futbolistas es bueno que, así como en su época hubo dos ‘monstruos’ que, al final, incluso llegaron a servir de pacificadores cuando el atrevido e impertinente José Mourinho trató de separar (hasta eso intentó ‘Mou’) a la selección española, ahora hay dos tipos muy cachondos (cada uno a su manera, con su lenguaje, con su verbo, con sus modos, con sus ‘armas’) que le añaden sal y pimienta a un juego, que para muchos es a vida o muerte y no estoy pensando, no (aunque podría), en esos energúmenos de padres que la liaron el domingo en Alaró (Mallorca).

La coña y sabiduría con la que Gerard Piqué y Sergio Ramos, dos jugadores espectaculares, líderes en sus equipos, dignos representantes de sus clubs y futbolistas que, por suerte para ellos y su rol en el deporte-negocio no ven amenazada su titularidad (tan buenos son y tan pocos centrales extraordinarios hay), manejan el ambiente y los medios, el de Camas a través de la palabra (sí, cierto, a veces confusa, liada, casi analfabeta) y el catalán con su negocio personal de las redes sociales, tiene su punto de brillantez, protagonismo y gracia.

QUERERSE Y RESPETARSE

Es evidente (y las imágenes de graciosa complicidad, vistas ayer en todos los informativos de las televisiones, así lo demuestran) que Ramos y Piqué se aprecian tanto, o más, que se quieren Iker Casillas y Xavi Hernández, las dos grandes estrellas de la anterior generación y, en efecto, el pegamento que hizo que España alcanzase las mayores cotas jamás soñadas a nivel futbolístico.

Es por eso que cuando Ramos dice, con sorna (arbitral), que la remontada del Barça frente al PSG fue “histórica” en todos los sentidos, tiene su puntito de razón y coña, idéntica sorna que cuandoPiqué utiliza su twitter para preguntar a sus fans (y al mundo futbolístico) si hace bien en conceder una entrevista a la SER (“que viene persiguiéndome desde hace días”) cuando esa misma radio no para de maltratarle en sus ondas convencida de que haría alguna trampa para hacerse mostrar la quinta tarjeta amarilla frente al Valencia, y no sucede.

Insisto, yo estoy a favor de que Ramos y Piqué, que siguen hablándose (bueno, como todos) tapándose la boca, digan de viva voz y/o escriban en las redes sociales, todo lo que piensan de nosotros y del fútbol. Ellos son tan grandes que pueden hacer lo que quieran y seguir queriéndose y respetándose. Y, sobre todo, defender a sus clubs. Y hasta a la selección, donde Piqué es el primer español.