Es un ejemplo de profesionalidad, de talento, de longevidad. Camino de los 60 años, Carlos Sainz ha logrado su tercer Dakar, esta vez en Arabia, en el estreno de la prueba en Oriente, un Dakar más igual, con más dificultades de navegación, con más trampas, con mejores rivales. Da igual, el Matador ha sacado lo mejor de sí mismo para vencer a dos mitos de la prueba y colocar un nuevo “tuareg” en su vitrina junto al del 2010 y 2018.

Caminos de tierra, piedras, incluso asfalto separaban a Sainz de su tercer Dakar, una última etapa reducida de los iniciales 374 kilómetros a 166 por la construcción de un gaseoducto, una última ocasión para poner a prueba la mecánica del Mini, para perderse en la navegación, o pinchar y perder los diez minutos de colchón. Pero esa ventaja en la general labrada en las etapas más duras permitió a Carlos Sainz y Lucas Cruz seguir el plan: marcar a Stepahen Peterhansel y a Nasser Al Attiyah que arrancaban antes.

Rapidísimo

Sainz marcó a sus dos rivales en una etapa que Al Attiyah peleó hasta el final para ganar a última etapa por delante de un rapidísimo Fernando Alonso, que atrapó otro segundo puesto. Sainz fue cuarto, a tres minutos de los Toyota, suficiente para colocarse la corona de campeón a los 57 años, el más longevo de la historia del rallye, una marca que ya tenía.

Sainz gana su tercer título y lo hace con el tercer coche diferente, porque además, de un piloto rápido, consistente; además de un copiloto astuto, el madrileño es un gran evolucionador de monturas, ya lo era en su época de rallyes, con dos títulos mundiales que podrían haber sido cinco —“por lo menos cuatro”. suele recordar—