Si ha cambiado a lo grande es porque busca algo importante. Y ya saben: lo único que de verdad importa en la Segunda División B es salir de aquí cuanto antes. Este es el sentido principal del proceso de reformas a lo bestia que ha llevado a cabo la dirección deportiva del Córdoba, con un Alfonso Serrano desmelenado en el que quizá haya sido su último servicio a la causa blanquiverde. Aunque quién sabe. En El Arcángel siempre cabe una sorpresa más.

Ha llegado Federico Piovaccari y el cordobesismo llora de felicidad. En tiempos duros, el estrellato es para los obreros. El veterano delantero italiano representa el espíritu que viene reclamando Raúl Agné desde que llegó. «Hacen falta hombres», dijo un día. Y ha regresado Pío, que encarna los valores esenciales de todo equipo que se precie en esta categoría tan ajena al glamour. Lo que aquí está de moda es ganar, coger los puntos y salir corriendo. De lo bien que le salgan los planes al italiano, que trae recetas sencillas para problemas complejos, dependerá bastante el porvenir de un Córdoba que se resiste a quedarse en las puertas del play off. Sobre todo porque, viendo el calibre de los adversarios y lo mal que lo han pasado los de blanquiverdes en todos los aspectos, la llama de la esperanza no se ha extinguido.

Se marcharon diez y llegaron siete. El zarandeo ha sido contundente en el plantel, que aborda un examen sin vuelta atrás. Le ha quedado una formación veterana, de impacto inmediato. Cualquier proyecto de futuro necesita un punto de partida y la entidad blanquiverde lleva demasiado tiempo instalada en dinámicas caóticas. Si verle la cara a la mismísima muerte no es un revulsivo para el Córdoba...