El Arcángel fue ayer una auténtica fiesta desde una hora antes de comenzar el partido hasta el pitido final. Y a buen seguro que tras el término del encuentro ante el Sevilla Atlético muchos de los cordobesistas aprovecharon para disfrutar de una fresca noche primaveral que supo mejor que nunca.

Porque ni los más optimistas creían que el Córdoba, que llegó a estar a 13 puntos de la permanencia, dormiría fuera de la zona roja en el mes de abril. Que llegue lo que tenga que llegar, porque lo más difícil ya se ha conseguido. El moribundo resistió el embate de las olas, no se ahogó, sacó fuerzas de flaqueza y comenzó a nadar hasta llegar a la orilla. Ahora hay que pasar el parapeto de ametralladoras y culminar una remontada que quedaría para los anales de la historia de la Segunda División española. Pero volvamos a lo de ayer con un tono menos guerrillero. Porque no fue una batalla sino una charanga lo que se vivió en el coliseo cordobesista. Comenzó la tarde-noche con la actuación de varias de esas charangas, que con cornetas, trompetas y tambores se paseaban alrededor del estadio animando a una nutrida afición que ayer tardó más de lo normal en entrar al campo, ya que quería disfrutar de la propuesta de ocio facilitada por el club.

A unos quince minutos de comenzar el partido aún estaban al menos un tercio de los asientos vacíos, pero con la llegada del grupo Medina Azahara al terreno de juego una marea de aficionados entró al trote. No se querían perder al grupo rockero cordobés por antonomasia, que deleitó a todos con una de sus canciones. Con las guitarras y el teclado aún sonando saltaban los jugadores al césped. Aquello parecía la fiesta del ascenso con seis jornadas de antelación, y la pasión puesta por la afición se notó muchísimo en el devenir del partido. Tras media hora muy enfangada, los cinco minutos mágicos fueron provocados, en parte, por una afición que apretó de lo lindo al rival y animó sin cesar a sus futbolistas. Ya lo dijo Sandoval en sala de prensa, sin esta hinchada sería imposible culminar una remontada de tal calibre, y ayer se volvió a demostrar. Pocos, muy pocos puntos pueden perderse en El Arcángel si se quiere salvar la categoría. Desde la llegada del entrenador madrileño apenas se han ido cuatro, tres de la derrota ante el Granada y uno del empate frente al Oviedo. El fortín es hoy una realidad palpable y la cascada de puntos como local sirven para sacar de momento al Córdoba de la zona de descenso.

Pero la fiesta estaba lejos de acabar tras el primer gol de un inspiradísimo Juanjo Narváez, que marcó un doblete estando resfriado y se salió del campo, incapaz de rendir pero con la frustración de no haber redondeado un triplete inédito esta temporada en el Córdoba. El segundo del colombiano llevó el éxtasis a la afición, aumentado por la expulsión de Eteki por doble amarilla.

Tras el descanso y el bocadillo de rigor, había tiempo para cantar más goles. También para lamentarse del penalti fallado por el pichichi Guardiola, para sufrir con un par de disparos con veneno de los delanteros sevillistas, y para respirar aliviados con el tercer gol local, obra por fin del delantero jumillano. Lo celebró con rabia el punta blanquiverde, con esperanza la afición cordobesista y con alivio el técnico Sandoval, al que una apuesta arriesgada con muchos teóricos suplentes de inicio le salió bien.

Queda tiempo para analizar el calendario que se viene por delante, comenzar con las cábalas, las quinielas, las opciones de cada rival, los resultados inexplicables y los rumores de todo tipo. Pero este Córdoba está ahora mismo fuera de la zona de descenso. El aficionado mira con alegría la clasificación, recuerda lo vivido esta temporada y respira. Coge aire y celebra un fin de semana de plata. Que venga lo que tenga que venir.