El adiós de Francisco Rodríguez se entiende desde varias claves. La primera, que no le hizo gracia, fue el cásting de entrenadores de junio en el Córdoba cuando tenía un acuerdo cerrado con la entidad blanquiverde. Con esa incertidumbre llegó a un club que le proponía un proyecto ilusionante para meterse en las eliminatorias de ascenso a Primera. La segunda clave, la más importante, fue el mazazo recibido por el bloqueo del límite salarial deportivo por parte de LaLiga. Ahí comenzó a transmitir al vestuario su desconfianza por el futuro, muy diferente al que le habían planteado en un principio. La tercera tiene que ver con sus ayudantes, que en Segovia aún no habían firmado sus contratos.

El club se los hizo llegar al momento, pero ya enrocado en el malestar, éstos no devolvieron los documentos firmados, ya que con el cambio de objetivo, Francisco quería incluir en los mismos una prima por salvación, algo a lo que el club se negó, alegando el acuerdo anteriormente alcanzado y defendiendo que la plantilla será competitiva, ya que se trabaja en el desbloqueo del límite y se confía en que habrá disponibilidad para realizar una plantilla competitiva. Todo esto, trufado de llamadas sin responder para trabajar en esa futura plantilla por parte del técnico, inmerso ya en una espiral de desconfianza y de desilusión ante lo que él entendía múltiples incumplimientos por parte del club. Incluso el piso en la ciudad, con una persona buscándoselo en los últimos días, fue objeto de crítica por parte del almeriense, que negaba dicha circunstancia. Pero quizás una de las claves que más pesó es que el Córdoba aún no había inscrito a Francisco, por lo que era consciente de que su dimisión no le impediría entrenar en España en esta misma temporada.