En tono de comedia, aunque con un tema de trasfondo bastante serio como es la pérdida de memoria cuando se padece alzheimer -cuestión que es más proclive al género dramático-, también en forma de película de carretera (road movie) y con un actor protagonista de gran talla artística (el argentino Óscar Martínez, a quien últimamente hemos podido ver en El cuento de las comadrejas en el papel de director de cine), Vivir dos veces navega con precisión hasta buen puerto.

Gracias a la ternura que se imprime, la transformación que sufre este profesor universitario, viudo y jubilado, es narrada con el tacto y la amabilidad necesarias como para que el espectador se sorprenda cuando ría de algo tan trágico, sobre todo si recuerda casos cercanos de afectados por la enfermedad que todos podemos tener.

María Ripoll, directora con experiencia suficiente como para conseguir un buen resultado (recordemos su Lluvia en los zapatos de 1998, hasta No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas de 2016), ha configurado un reparto muy adecuado para acompañar al protagonista en su última aventura, la de buscar a su primer amor, una idea que en principio podría resultar de lo más loco, aunque su nieta (una estupenda Mafalda Carbonell, gran descubrimiento para el cine) lo apoye desde un principio y su protectora hija (Inma Cuesta, solvente como siempre en sus trabajos interpretativos) acabe por comprender lo que al principio no consigue encajar.

Quizás habría que poner ciertos reparos a lo superficial que puede quedar el dibujo de algunos de los personajes más secundarios de la trama, como es el caso del yerno del protagonista.

La película se ve con facilidad y agrado, contiene golpes de efecto bien pensados y algún giro narrativo que reconduce el guión, dejando para el último tramo -como también ocurre en la vida misma, con esta enfermedad- el peor trago. Digamos que si comienza como una simpática comedia que busca la sonrisa del público, acaba mostrando la peor cara en forma de drama capaz de encontrar alguna que otra lágrima.