En el 2004 se desató en Irlanda un auge desaforado de la construcción movido por el furor inmobiliario, un proceso que se truncó tras el inicio de la crisis económica de 2008. Esta situación fue expuesta por Lorcan Finnegan (Dublín, 1979) en su cortometraje, Foxes (2012): casas de ensueño convertidas en lugares fantasmales que terminaban convirtiéndose en prisiones que conducen al aislamiento y la locura.

A partir de ese momento, el director quiso profundizar en algunos de estos conceptos: la pérdida de identidad que provoca la homogeneización, el capitalismo y el consumismo devorador, así como la sensación de marginalización que genera esta espiral nociva en las distintas clases sociales. Así surgió Vivarium, la historia de dos jóvenes (encarnados por Imogen Poots y Jesse Eisenberg) que quieren comprar una casa para comenzar su vida en común y se verán atrapados en una urbanización suburbial de casas idénticas de la que no parece existir escapatoria. El sueño de la sociedad del bienestar, convertido en pesadilla. El filme, visto en el último Festival de Sitges, se estrena este miércoles, 8 de abril, en la nueva salavirtualdecine.com, así como en Movistar+, Vodafone y Rakuten.tv.

La gente parece moverse por inercia. Todo el mundo aspira a tener la mejor vida posible y nadie se para a pensar en las contradicciones que lleva consigo el sistema. No hay individualidades, solo una masa informe, cuenta Lorcan Finnegan a EL PERIÓDICO. Por eso, todas esas casas iguales, son un reflejo del mundo en el que vivimos. En todas las calles de cualquier ciudad del mundo están las mismas tiendas. De alguna manera, también la cultura se está convirtiendo en algo homogéneo, y también el cine, las mismas películas, hechas con escuadra y cartabón.

Para contar esta historia con un evidente trasfondo político y social, el director optó por el relato de ciencia ficción. Desde el momento en el que nos introducimos en esa urbanización de chalés pintados de verde en filas simétricas, el sentimiento de extrañeza adquirirá un nuevo sentido, convirtiéndose la realidad en una representación artificial. Queríamos mostrar la alienación a la que estamos sometidos, pero a través del elemento fantástico, que es una forma extraordinaria para crear metáforas sobre la realidad.

Para crear este universo prefabricado, tan cotidiano como surrealista, el director utilizó algunas inspiraciones estéticas, como la serie de René Magritte, El imperio de las luces, la instalación The Weather Project, de Geoff Murphy, las fotografías de Andreas Gursky o películas que exploran la extrañeza del día a día, como Safe, de Todd Haynes.

El ciclo de la vida adquirirá además una dimensión de lo más siniestra en Vivarium, algo que sirve a los responsables para hablar de la maternidad, la crianza y la pareja como una trampa. Para componer esta idea utilizamos a los cucos como referencia, que son una especie parasitaria. Se introducen en el nido de otros pájaros para poner sus huevos y terminan matándolos. El cuco al que se refiere en la película tiene forma de niño, pero no es humano, se desarrolla a ritmo desorbitado y lo único que pretende es utilizar a la pareja hasta que pueda valerse por sí mismo. Con esta figura, Finnegan también se encarga de echar por tierra el mito de la familia feliz. Los protagonistas se verán obligados a representar la figura de padres, pero no lo son, solo son los roles que se les ha impuesto. Ambos intentarán rebelarse contra eso, pero están inmersos en una espiral de la que no pueden escapar.

El director reconoce que resulta de lo más extraño que esta película se estrene en tiempos de confinamiento. Quizás esta situación en la que nos encontramos pueda amplificar la experiencia, y también que el espectador se plantee nuevas preguntas alrededor del mundo que hasta ahora habíamos construido.