Hacía bastante tiempo que no sabíamos nada de Neil Jordan, el director irlandés que allá por los ochenta y noventa obtuviera bastante reconocimiento por títulos como Mona Lisa, Juego de lágrimas, Entrevista con el vampiro, Michael Collins o El fin del romance. Últimamente, parece haber tenido más dedicación a la realización de series televisivas que a llevar a la gran pantalla guiones como éste con el que reaparece, escrito junto a Ray Wright, titulado originalmente Greta, el nombre de la protagonista que encarna con la excelencia que la caracteriza Isabelle Huppert, una mujer solitaria y obsesiva que olvida premeditadamente sus bolsos en asientos de metro para que ingenuas jovencitas se los devuelvan y entablar así relaciones que nadie sabe cómo acabarán.

La cinta comienza y se mantiene en gran parte de su metraje como un filme de suspense, muy bien filmado y con el estilo propio de su autor que muchos recordarán, pero cuando el relato avanza hacia su resolución el género se transforma y se convierte en terror puro y duro. Podríamos decir que arranca con intriga y suspense como para mantener al espectador amarrado a su butaca pendiente de la trama donde una chica (Chloë Grace Moretz) que acaba de perder a su madre empieza una amistad con una misteriosa y solitaria mujer, profesora de piano, encontrando ambas una solución para el desamparo y asumiendo los papeles de hija y madre, respectivamente.

Podríamos decir que la cosa comienza con cierto aire de filme de Polanski y a medida que avanza toma prestadas algunas influencias como de Atracción fatal (Adrian Lyne) o Misery (Bob Reiner). Lo que podría ser una reflexión sobre la soledad y la idea obsesiva de alguien que lo ha pasado muy mal en su infancia, pasa a ser un festín de sangre y maltrato. A partir de ver a la Huppert con ciertos bailecitos, jeringa en mano, tras su próxima víctima, la cosa se desmadra un poco y descarrila después de haber tenido un buen principio. La sugerencia se esfuma y aparece lo explícito.