Virginia Bersabé (Córdoba, 1990) ha sido recientemente premiada con la Beca Daniel Vázquez Díaz para continuar con su trabajo de investigación sobre las mujeres mayores, a las que lleva varios años retratando en los momentos más íntimos de su día a día.

La primera duda que puede surgir cuando uno lee su biografía es si usted es cordobesa o sevillana.

Nací en Córdoba y estoy registrada allí pero vivo en Écija. Córdoba me ha dado mucho, en realidad. Es un dilema que yo misma experimento también. Es interesante porque siento un vínculo semejante con Écija y Córdoba. Ambos lugares han protagonizado momentos bonitos de mi vida y mi carrera. Tengo el corazón partido en dos.

En Córdoba, de hecho, desarrolló su vínculo con la Fundación Gala y con el propio Antonio Gala, al que llegó a retratar.

Así es. La Fundación me acogió justo al terminar el máster, con 24 años y mi primer proyecto artístico serio. He sentido a Antonio como un padrino desde que comencé. A él le encantaba estar y pasar tiempo con nosotros y, además, ambos desarrollamos un vínculo bastante fuerte. Sentí un gran apoyo con el que poder hablar de pintura, amor, política... Fue una catapulta.

¿Pintarlo fue una muestra de esa confianza y ese vínculo tan fuerte que tenían?

Claro. Además, el retrato se lo hice ya después de mi año como becaria allí. Es el resultado de dos o tres años de llamadas, encuentros, de la amistad que había entre los dos.

Ahora que menciona el tema de las becas, enhorabuena por recibir la Beca Daniel Vázquez Díaz.

Muchas gracias. He optado varias veces a ella pero que me hayan elegido esta vez, con este proyecto, es un impulso para seguir investigando dentro del mundo de la Cultura. Mi proyecto está muy vinculado a las mujeres mayores. En este nuevo proyecto quiero darle un giro y, tras varios viajes a la India, quiero seguir vinculando esta imagen de la mujer mayor a la divinidad. Me gustaría romper los estereotipos de la iconografía histórica mujer prescindiendo de la mujer mayor. Siempre vemos a mujeres jóvenes, en edad reproductiva y no entiendo por qué una mujer de 80 años sentada en un sofá no puede ser una representación de lo divino.

En este sentido, ¿cree que el arte puede actuar como transformador social?

No es mi intención principal transformar la realidad sino mostrar la mía. Todo esto surgió de mi propia vida, de la convivencia con mi madre y a mi abuela. No obstante, cuando ya estás dentro e implicada con un colectivo, te das cuenta de que el círculo se cierra cuando tu obra la ve el espectador y quieras o no, termina por transformar algo. No sé si la sociedad cambia pero el hecho de dar visibilidad a la mujer mayor, ya genera algunos cambios. Tengo muchas anécdotas de gente que conforme ha entrado a la sala se ha ido o público que no soporta emocionalmente las imágenes.

Y en usted, ¿ha cambiado algo durante todo este tiempo?

No he sido plenamente consciente de por qué lo hacía. Entiendo la pintura como una proyección de lo que tienes a tu alrededor. Me he criado con mujeres, con cuidados, con enfermedades y eso ha generado en mí un discurso. Ahora con los años miro hacia atrás y veo cómo ha evolucionado y, a través de esto, me termino descubriendo a mí misma. Lo más importante para mí, ha sido como me han transformado las mujeres a las que he retratado y con las que siempre tengo un vínculo. No llego y les hago una foto sino que quedamos, tomamos café, charlamos, me meto un poco en su vida. De esa convivencia sale todo; es lo que le da sentido a la pintura, que al final solo es el residuo plástico. El aprendizaje con ellas ha sido fundamental e inesperado. De todas me llevo algo.

Muchas de las escenas reflejan brutalmente la realidad. En algunas se muestra una soledad que puede, incluso, compararse con la situación que los mayores están viviendo durante la pandemia, que ha evidenciado que son los grandes olvidados. ¿Ha podido reflexionar sobre esto?

Con la pandemia se ha evidenciado aún más la realidad que yo vengo retratando durante años. Ahora hemos empezado a verlos. Cuando empecé el proyecto, mi madre también comenzó a trabajar en una residencia de mayores y ahí conocí eso que me comentas: el olvido y la soledad impuesta. Ese abandono lo descubro a través del trabajo y los cuidados de mi madre.

Me resulta sorprendente que empezara este proyecto con solo 21 años, su obra respira madurez.

Cuando empecé no lo hice con la intención de centrarme solo en las personas mayores. Simplemente, la cosa se fue configurando así. Miro atrás y leo un discurso de cómo mi situación vital fue haciendo que me fuera enfocando en esto. Mucha gente me dice que mi pintura es muy cruda pero solo es una traducción pictórica de una realidad. Solo hago mirar a un espacio donde antes, a lo mejor, no había mirado. Conforme ha avanzado mi obra, también he ido madurando, entendiendo la vida y también la muerte.

Lo cierto es que esto se puede sentir a través de los cuadros. Verlos es una experiencia bastante fuerte.

Mucha gente me dice «no lo colgaría en mi salón» y yo les contesto que mi intención no es pintar pensando que lo vas a colgar en el salón. Tengo un compromiso con la pintura mucho más allá de eso.