El videoclub está hundido: los que seguimos lo hacemos por inercia, pero no da para vivir». Juan Manuel Sanz es el dueño de Alfil, el videoclub más antiguo de Madrid, y resume así el presente de un sector que en poco más de diez años ha sido casi absorbido por la piratería y el mundo digital. Hubo un tiempo en el que los videoclubes fueron los reyes del alquiler de películas, líderes de un mercado doméstico que durante las décadas de los 80 y 90 aún no conocía la oferta de vídeo bajo demanda de las plataformas digitales, pero esa época quedó atrás.

«Tengo el videoclub desde 1982, dos años después de que empezara el sector en España. Ahí vino el boom y el negocio funcionó bien hasta que llegó la piratería», explica Sanz en el local que todavía mantiene en el barrio de Alameda de Osuna, uno de los alrededor de quince establecimientos de alquiler de películas que permanecen abiertos en la capital. Según la Asociación Nacional de Empresarios Mayoristas del Sector Videográfico, en el 2005 había en España alrededor de 7.000 videoclubs y hoy no quedan más de 300 en todo el país.

«Si yo antes alquilaba cien películas, ahora alquilo dos. La publicidad de líneas ADSL hizo que la piratería aumentara a un ritmo vertiginoso. Las plataformas como Netflix o HBO también vienen de ahí», lamenta. Sanz asegura disponer de «unas 3.000 películas en exposición», sin contar «las otras 3.000 ó 4.000» que acumula en la trastienda, títulos que alquila a 3,50 euros «a una media de tres DVD al día, como mucho cien al mes». Cuenta que ese beneficio no le da «ni para cañas», pero mantiene el negocio por su «pasión» hacia el cine y la fidelidad a un pequeño reducto de clientes.

«Vienen nostálgicos que quieren ver una película determinada y no encuentran en otro sitio. O gente que no está al tanto del sector y viene a pedir consejo. Los jóvenes antes eran los mejores clientes, pero ahora son los mayores y los niños: el cine infantil es el que más se alquila», reconoce. Los videoclubs que siguen abiertos se han visto obligados a diversificar su negocio y ahora ofrecen otros servicios que permiten mantener vivo un sector que por sí solo ya no llama al público masivo. «Aquí hemos puesto papelería, librería... Todo eso da más dinero que el cine», explica Sanz.

El paradigma de esa reconversión lo encontramos en Video Instant, el videoclub más antiguo de España -abrió a finales de 1979-, ubicado en el Eixample de Barcelona, y uno de los pocos que todavía consiguen vivir del negocio del cine. El videoclub ha cambiado de local y ahora se llama Video Instant Café Cinema, un cambio de nombre que vino acompañado de la incorporación de una cafetería y un cine de 32 butacas para «ofrecer un valor añadido al establecimiento», según explica su propietaria, Aurora Depares.

Depares replanteó el futuro del videoclub, que cuenta con más de 45.000 películas, cuando le subieron el alquiler del local de 3.000 a 10.000 euros en el 2018. Inició entonces una campaña de micromecenazgo para recaudar fondos que hicieran posible el traslado del local a la calle Viladomat, su emplazamiento actual, un cometido en el que participaron personalidades del sector del cine en Cataluña, como el director Juan Antonio Bayona.

«Ahora hacemos ciclos de cine, presentaciones... La idea es crear una especie de club cultural que ofrezca cosas que no se puedan hacer desde casa», detalla Depares. Depares también ha incorporado una tarifa plana y por 8,50 euros al mes sus clientes pueden alquilar lo que quieran, una iniciativa que, junto a la cafetería y la sala de cine, le permite ser optimista a pesar de reconocer que «el sector está difícil». Un optimismo al que no se apunta Sanz. «El futuro del videoclub no lo veo. El sector está jubilado», sentencia.