Forman parte del paisaje neoyorkino, esos hombres y mujeres que arrastran carros de latas vacías por toda la ciudad. ¿Adónde van? ¿Qué historia hay detrás de ellos?

Adán Aliaga se encontraba en Nueva York filmando la película Fishbone cuando le hablaron de una ONG que había creado una monja española, Ana Martínez de Luco, que tenía varias particularidades: era un centro de reciclaje, pero también una comunidad que daba cobijo a personas que querían cambiar de vida después de haber atravesado dificultades.

Pero había algo más. Cuando Aliaga pisó el espacio donde se ubicaba Sure We Can se dio cuenta de que parecía sacado de otra dimensión. Comenzó a registrar todo aquello junto a Àlex Lora y se quedó atrapado por la fuerza del lugar y las personas que lo habitaban. Tres años estuvo rodando, en total unas 400 horas que darían finalmente lugar al documental El cuarto reino. El reino de los plásticos.

"En principio la idea era contar la historia de Ana. Pero poco a poco el espacio fue adueñándose de todo y por allí pasaban tantas personas que terminó convirtiéndose en una película más coral", cuenta Adán Aliaga.

En realidad, el protagonista es René, un inmigrante ilegal mexicano con un pasado de alcoholismo que trabaja para mantener a su mujer y su hija en su país de origen con la promesa de regresar algún día. Junto a sus compañeros habla de la vida, de las adicciones, de sus arrepentimientos y sus sueños. También de marcianos y de Matrix, porque el mundo en el que viven no parece real.

Y es que El cuarto reino no solo es una película social, también hay algo mágico y surrealista en ella. "La realidad depende del cristal con el que se miren las cosas. Se trata de ponerse unas gafas diferentes para ver lo que pasa a nuestro alrededor", continúa el director. No queríamos hacer una película de carácter medioambiental, porque nos interesaba más plasmar ese universo distópico que se convierte en la trastienda del sueño americano, potenciar el misterioy el elemento fantástico.

Humanidad y poesía, compromiso y sensación alucinatoria. Los directores nos introducen en un universo al margen donde los excluidos de la sociedad, esos canners que recogen latas, tienen un verdadero sentido, porque como dice el director, ellos son un engranaje fundamental de la ciudad de Nueva York. Ellos se encargan de limpiar nuestro consumismo de las calles.