Como cuenta en el prólogo Adam Cohen, su padre se pasó la vida escribiendo notas y esbozos de poemas en papeles, servilletas de bar y blocs que luego iban a parar a cualquier parte: los bolsillos de sus chaquetas, cajones medio olvidados y lugares más improbables. «En cierta ocasión, cuando le pregunté si tenía una botella de tequila, me dijo que mirara en la nevera, donde encontré un cuaderno de notas extraviado, congelado», recuerda. De este material está hecho en parte La llama (Ed. Salamandra), el libro póstumo del cantautor canadiense, fallecido a los 82 años el 7 de noviembre del 2016.

Leonard Cohen lo dejó casi todo dispuesto y, siguiendo sus deseos, el volumen, traducido por su amigo y biógrafo en castellano Alberto Manzano, ofrece tres secciones, todas ellas acompañadas de dibujos y autorretratos, una sugerencia suya que fue atendida ya después de su muerte por el equipo editorial. En la primera parte del libro ven la luz 63 poemas que él seleccionó entre un contingente de textos inéditos, algunos de ellos trabajados durante muchos años. Versos que nos llevan hasta recuerdos remotos, como en Días escolares, revelador de su temprano interés por el sujeto femenino, y no en términos precisamente etéreos: «Yo era el delegado escolar / estaba al frente / John era el brazo / Peggy el culo / y Jennifer los dedos de los pies. / Lo que más me gustaba era el culo». El sexo y la trascendencia, el humor cáustico y la extrema humildad se cruzan en estas estrofas reveladoras.

Mientras se minusvalora como artista se postra ante el talento revelado. «Cuando escucho a Morente / Mi vida se vuelve demasiado superficial / Para nadar en ella». Irrumpe un diálogo seco con Roshi, su maestro zen, que en sus últimos días fue acusado de abusos sexuales por antiguos pupilos, episodio que salpicó a Cohen en la prensa. «Roshi dijo: / te causo muchos problemas / Yo dije: / Sí, Roshi, me causas muchos problemas». La propia extinción personal se desliza en los versos del poema «En mis rezos pido valor», donde confía en «ver llegar la muerte / como una amiga». Palabras que representan «los últimos esfuerzos» de Cohen como poeta, apunta Adam. A esa línea se ajustan los textos de su disco de despedida, You want it darker, publicado dos semanas antes de su muerte. Estas letras, así como las de sus dos álbumes anteriores, y las de Blue alert (2006), disco firmado por su pareja, la cantante y compositora Anjani Thomas, ocupan el segundo bloque de La llama. Cohen quiso así realzarlas como poemas, textos con valor propio sin depender de su dimensión musical. La tercera sección del libro la ocupa una selección de sus notas, más de 3.000, repartidas en cuadernos que escribió a lo largo de seis décadas, desde su adolescencia hasta el crepúsculo. Cohen tomó parte en la operación, si bien no llegó a determinar un orden, tarea difícilmente asumible por otros dado su indescifrable sistema de numeración.

Despliegue de versos crípticos, imágenes hiperrealistas, metáforas para cohenólogos y apuntes dispersos de una vida que se intuye aventurada. Aquí se incluye un intercambio de mails con el poeta y profesor universitario Peter Dale Scott, cuyo mensaje final contiene sus últimas palabras escritas en vida, del 6 de noviembre. En respuesta a un correo en el que Dale Scott le mandaba una foto con Sophia de Mornay-O’Neal (hija de la que fue pareja de Cohen en los años 90, Rebecca de Mornay, y del actor y comentarista deportivo Patrick O’Neal), el cantante respondió escuetamente: «Benditos sean los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios». La inclusión, al final de La llama, del discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias (2011) podría parecer una licencia de la edición española, pero no es tal: así lo estableció Cohen expresamente en todas las versiones del libro. Comprensible: es un parlamento emocionante y revelador en el que atribuye sus artes con la guitarra a un joven músico español, el hispano de Montreal, que conoció cuando tocaba en un parque y que le dio sus primeras clases del instrumento poco antes de suicidarse. En aquellas progresiones de «seis acordes en que se basan muchas canciones de flamenco» está, según Leonard Cohen, el sustrato de toda su música.