Con sus 68 años recién cumplidos, Stanley Marvin Clarke y sus “niños” ofrecieron un concierto que superó las expectativas de gran parte del público que esta vez casi llenó el Gran Teatro de Córdoba, puesto en pie, rendido a la evidencia curricular, ovacionando al incombustible icono.

Clarke demostró con una forma física y mental excepcionales que, después de más de 35 discos, varios Grammys y cientos de colaboraciones estelares, sigue tocado por la varita mágica de sentir y comunicar por varias vías: la de la tranquilidad de mantener y traspasar la escuela pionera de lo que se llamó jazz rock en tiempos de aquella mágica banda con Chick Corea, Al Di Meola y Lenny White, llamada Return to Forever, sonido que parece rememorar y a la vez actualizar con esta banda, y, sobre todo, como algunos de los grandes de su generación como John McLaughlin, saber abrir puertas y prestar el testigo a la nueva savia de músicos relativamente noveles para darles su sitio en el escenario. En estos dos últimos años su elección no pudo ser más acertada con los cuatro veinteañeros que terminaban con él en Córdoba esta gran gira por medio mundo.

La cohesión y conexión entre los cinco se palpaba desde el comienzo. El prodigio y el gusto de las evoluciones del afgano Salar Nader en las tablas indias, el violín “methenyano” de Evan Garr, los teclados de Cameron Graves y, sobre todo, los sinuosos, intrincados y potentes solos de Shariq Tucker en la batería hicieron las delicias de los asistentes, al comprobar que aun cierta parcela de libertad puede ser irrepetible.

Por su parte, el líder, tanto con el contrabajo, que usó en la mayor parte del espectáculo, como con su habitual bajo eléctrico Alembic, cuyo modelo lleva su nombre, estuvo realmente descomunal, percutiendo con los pulgares con su técnica “thumb” o acariciando las cuerdas cuando tocaba hacerlo. Todo parecía encajar comunicando lo que se siente cuando un trabajo es placentero. El sonido de esta banda parece volver la mirada a los orígenes de Stanley Clark, sin los sintetizadores de George Duke y con el bagaje de un superclase con sello propio e inconfundible.

Sin duda ha sido uno de los mejores conciertos, sin guitarra, de esta edición del Festival de la Guitarra de Córdoba.