Henos, pues, en la obligación de considerar dos Rusias, una Rusia de derechas y una Rusia de izquierdas, que encarnan dos desórdenes: el desorden conservador y el desorden revolucionario». Así se manifestaba Igor Stravinsky en una de las lecciones magistrales sobre poética musical impartidas en Harvard a lo largo de 1940.

Para Igor Fiodorovich, músico riguroso, sus compatriotas músicos compartían esa maldición rusa de la mala organización y lo imperfecto. Con dos excepciones. «¿Hay algo más satisfactorio para nuestro gusto que el corte de las frases y lo ordenado del trabajo de Chaikovsky?». La otra excepción era él.

Tenemos nuestras dudas sobre si ambos músicos se hubieran soportado en un ficticio encuentro personal. Ordenadamente conservador, Igor Stravinsky (1882-1971) se propuso restituir la levedad y la joie-de-vivre de la música popular perdida por la expansión de la metástasis wagneriana. Ordenadamente revolucionario, Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) partía de las formas y maneras de la ortodoxia musical más pura para introducir en ellas un melodismo tan sentimentalmente exacerbado que llevaba a la misma música al borde del desbordamiento y el cataclismo.

Stravinsky regresó con Pulcinella al ballet de máscaras y bufones. Estamos en 1920 y la Gran Guerra había pasado. No procedía repetir experiencias grotescas como ese guiñol de la crueldad que fue Petrushka. Volver a la serenidad de lo clásico se antojó prudente para el mundo del arte occidental. Encargo del mítico Diaghilev (cartelones de Picasso), incorpora materiales musicales preexistentes del siglo XVIII que se enhebran una secuencia de episodios de la Comedia dell’arte pasados por el tamiz sonoro de las vanguardias.

La Sinfonía en fa menor de Chaikovski, cuarta de su serie, de 1878, inaugura ese gran friso del dolor que componen las tres últimas sinfonías del compositor de Vótkinsk. Fue un regalo para su amiga y mecenas Nadia von Meck, apoyo crucial tras la experiencia fallida de su matrimonio, un amago de suicidio y, por debajo de todo eso, la losa soterrada de una pulsión sexual no resuelta.

Pese a contar con un programa argumental, escrito a posteriori por el propio compositor, no debemos confundirnos: se trata de música absoluta, que toma como modelo, nada menos, la Quinta sinfonía de Beethoven, un tránsito a lo largo de cuatro movimientos de la oscuridad y lo ominoso (el fatum) hacia la luz, liberadora para alemán, embriagadora pero cargada de negros presagios para el ruso.

Stravinsky y Chaikovski para el primer programa de abono de la temporada de la Orquesta de Córdoba, retorno al Gran Teatro tras exilio pandémico. Este jueves y mañana viernes, 9 de octubre, a partir de las 20.30, la Rusia de orden y los mimbres musicales convocados, en plena forma, aseguran un éxito mayúsculo.