Es el coguionista y el protagonista de la nueva película del director Carlo Padial, Algo muy gordo, que falsea las maneras del cine documental para ofrecer una reflexión tan hilarante como lúcida acerca de las ilusiones, las pretensiones, las decepciones y la insensatez que el proceso de creación de una película conlleva. La película, en los cines a partir del próximo viernes, acaba de presentarse en el Festival de Cine Europeo de Sevilla.

--Algo muy gordo es una película estupenda, pero que no tiene nada que ver con lo que aparenta ser. ¿Es consciente de ello?

-Me consta que la gente sale de verla completamente desconcertada. Y eso me parece maravilloso. Es una película que tiene una digestión lenta. Si la ves hoy quizá no notes su impacto. Mañana, o pasado mañana, cuando menos te lo esperes, te golpeará con toda su contundencia.

-¿Cómo nació la película?

-Carlo y yo quisimos explorar qué sucede cuando dos tipos que vienen de mundos cómicos muy distintos se juntan: uno de ellos, que viene de hacer comedias muy populares, busca congraciarse con la crítica, y lo que el otro persigue es que por fin le den dinero para hacer sus películas. Son dos pillos que tratan de aprovecharse el uno del otro. Y la jugada les sale rotundamente mal.

-Dicho de otro modo, es la crónica de un fracaso.

-Sí, hemos querido hablar de lo que supone intentar hacer una película y hacerla muy mal. Lo que les pasa a los personajes, que son versiones distorsionadas de nosotros mismos, es que lo que quieren hacer no les sale, y no les sale porque es completamente imposible. Y eso está relacionado con otra idea que me parece muy interesante: que, cada vez más, el cine se construye sobre ilusiones que siempre acaban convirtiéndose en decepciones.

-Explíquese.

-Pensemos en las grandes producciones de Hollywood. Cuando a ti te dicen que dentro de tres años se va a estrenar Vengadores: infinity war, tú inmediatamente te creas una versión de la película en tu cabeza, y es maravillosa. Luego se publican fotos del rodaje, que estimulan tu imaginación. Después estrenan el tráiler y verlo te da un poco de bajón, pero en todo caso está mucho mejor de lo que la película sin duda resultará ser. Hoy día todo el cine funciona así. Constantemente nos venden humo.

-A Padial se le asocia principalmente con lo que conocemos como poshumor, y usted hace un tipo de comedia más clásico. ¿Cómo fue todo el proceso de hermanar esas dos sensibilidades?

-A mí siempre me gusta funcionar a partir del instinto. Si racionalizo demasiado mi método, se me escurre entre los dedos y dejo de der capaz de practicarlo. Es cierto que el tipo de humor que yo hago puede considerarse clásico, pero como espectador consumo todo tipo de comedia. Y el poshumor me encanta porque intenta aplicar puntos de vista nuevos a la comedia de siempre, incorporarle sensaciones no inmediatamente asociadas a ella, como la inquietud o incluso el terror. En última instancia, me considero una bisagra entre ambas escuelas. Y creo que la película también es un híbrido. A mí, personalmente, hay cosas de ella que me resultan muy conmovedoras.

-¿Cuáles?

-En realidad, Algo muy gordo habla de aquello que todos los cómicos intentamos con nuestro trabajo: establecer contacto con el espectador, comunicarnos con él. Y sus protagonistas son dos tipos que lo intentan pero no lo consiguen. Verles resulta embarazoso. Por otra parte, de eso se trata. Una vez tuve la inmensa suerte de entrevistar a Eric Idle, y me dijo algo que nunca olvidaré: «Si algo he aprendido durante todos los años que he trabajado con Monty Python es que lo incómodo siempre es gracioso». Es una verdad como un templo.

-Los personajes de ‘Algo muy gordo’ están atrapados en un rodaje que, se mire como se mire, es una chapuza. ¿Alguna vez se ha sentido usted de esa misma manera?

-Yo creo que todos, en mayor o menor medida, hemos tenido alguna vez la sensación de estar viajando a bordo de un tren que inevitablemente se va a estrellar. Y seguir adelante pese a saber que te estás yendo a la mierda me parece una actitud interesantísima. Y es una premisa argumental perfecta. A los espectadores nos encantan las películas sobre gente que se despeña. Somos así.

-La película también es el retrato de un grupo de gente que hace cosas muy estúpidas totalmente en serio. ¿No cree que, hasta cierto punto, eso sirve también para definir el oficio de actor?

-Es cierto. Los actores somos gente que se gana la vida disfrazándose y maquillándose, en lugar de dedicarse a algo de provecho. Alguna que otra vez me he preguntado: «Berto, ¿qué estás haciendo con tu vida?». Es una sensación que me encanta, por otra parte.

-Pasa buena parte de ‘Algo muy gordo’ riéndose de sí mismo. ¿Es una forma de terapia?

-Es que eso es consustancial a mi forma de entender la comedia. Me monto y me desmonto constantemente en busca del humor. Si no me riera de mí mismo, ¿qué tipo de cómico sería? Cualquier cómico para quien su propia imagen sea algo intocable es un farsante.

-¿Cómo definiría su relación con los espectadores, y con las expectativas que tienen de usted?

-Nunca me han incomodado esas expectativas. Me gusta explorarlas, jugar con ellas, romperlas. De hecho, mi relación con el público se nutre de lo que yo creo que ellos perciben de mí. Uno siempre está testando a su público, comprobando a ver hasta dónde le dejan llegar, intentando venderles algo que a veces compran y a veces no.

--’Algo muy gordo’ se estrena en un momento en el que, al parecer a causa de la situación política actual, los cines están vacíos. ¿Cómo está viviendo usted el tiempo presente?

-Me siento desconcertado, fascinado, horrorizado. Y es casi inevitable sentirse un poco estúpido presentando una película cómica en un momento como este. Pero tenemos que continuar viviendo. Hay que seguir haciendo películas. Siempre.