El 12 de octubre de 2020 murió en Toulouse (Francia) quien no tiene en Córdoba ninguna calle con su nombre, como sí la tienen algunos maestros de sala de restaurantes, señoras muy nobles que vendían ciertos productos, personajes populares que ofrecían cupones y en tiempo libre escribían versos (no poesía), dinamizadores del noble arte de la chirigota, insignes artistas de lo cotidiano y gracioso. Benditos sean.

Este hombre, que no tiene nombre de calle ni es hijo adoptivo de nuestra ciudad, ni ya lo será nunca, dedicó toda su vida al estudio de Góngora, el mayor creador de Córdoba. Y todo lo hizo en su pequeño rincón de Francia, con amor y silencio, ajeno y por encima del noble arte del perol, del dominó y de la feria continua. Aunque sería un atrevimiento desproporcionado trazar la semblanza completa de Robert Jammes, es necesario, al menos, recordar ahora que este referente indudable de la cultura cordobesa (no transitoria y etílica) en el extranjero (quizá fue tan desgraciado que nunca vio todas las luces de la portada de feria) ha muerto con 93 años, de los que ha consagrado más de sesenta a investigar, amar, estudiar y hacer amigo nuestro a un cordobés sin importancia alguna que se llamo, el pobre, Luis de Góngora.

Suyo fue el cambio de paradigma que había forzado en la aproximación crítica a Góngora, tal y como quedaba explicitado en el prefacio a su monumental monografía: la atención a los temas. Demostró que don Luis no era un frío erudito encerrado en su torre libresca, sino alguien comprometido con su tiempo, con la sociedad y con la realidad material.

Si nos limitamos únicamente al campo del gongorismo crítico, hay que proclamar irrebatiblemente que sus ediciones de las Letrillas (1963), de Las firmezas de Isabela (1984) o de Las Soledades (1994) son referencias ineludibles y, en gran medida, no superadas aún. Habría también que volver a reclamar la magnitud de sus Études sur le oeuvre poétique de don Luis de Góngora y Argote, (1967), verdadero hito en la apreciación de Góngora como poeta total y no mero palabrista. Que Robert Jammes haya traducido a Góngora al francés, Comprendre Góngora (2009), con un conocimiento tácito y no exhibicionista en sus versiones, con una elegancia sonora y conceptual digna de cualquier titán de la poesía, no es menor mérito ni menor honra para Francia y para España.

En la ciudad del poeta que tanto conoció cumplió sus 70 años durante la celebración del primer «Foro de Debate Góngora Hoy» (1997). Le concedí el lugar de honor en el catálogo conmemorativo de la exposición inaugurada en la Biblioteca Nacional de España (Madrid) en mayo de 2012, Góngora: la estrella inextinguible. Magnitud estética y universo contemporáneo, donde abrió con energía y proyección de futuro los estudios introductorios del mismo. La Cátedra Góngora le rindió también un humilde homenaje en 2016.

Robert Jammes, nuestro amigo y maestro, desde sus fluyentes líneas, sigue pensando y proyectando, donde Europa y Tauro se unen, esas estrellas donde predomina la esencia y la nada, su luz, su mayor lucidez, la que le dio su propia naturaleza intelectual, notable desde su infancia, y la que le concedió la gimnasia mental y el ejemplo ético que supone leer a Góngora sin dejar de comprometerse con el mundo.

Córdoba tiene una deuda con el mayor defensor de la grandeza de Góngora, al que supo descubrir más allá de sus prodigios retóricos e ingenio sobresaliente. Una perdida calle sería una mínima compensación oficial a toda una vida de amor a Góngora y a Córdoba. En la realidad imaginada del soneto a Córdoba y en la realidad imaginada que es la Córdoba de hoy, Robert Jammes se erige, al haber dedicado su vida a su poeta mayor, como fundamento vivo de su imaginario verbal. En “Robert” está escondida la palabra que designa una poderosa pieza del juego del ajedrez, porque él fue para Córdoba la más firme de sus torres.

Ahora hay que prolongar, con estos recuerdos dispersos, la memoria que Córdoba, en el corazón de mi propia memoria, tiene de ti, Roberto, torre de honor, de majestad, de gallardía. Y quisiera que la deuda se saldara y que todo fuera siempre bello, preciso y radical, como la poesía de Góngora que tanto amaste.