Rafael Pacha lleva 40 años haciendo música, prácticamente sin parar. Es uno de los veteranos de la ciudad y a sus espaldas lleva cerca de una veintena de álbumes publicados, la mayoría de ellos en formato digital. Acaba de estrenar un nuevo trabajo, Al rincón por soñar, que vio la luz a mediados de agosto, también en formato DC, y que según declara es su disco más autobiográfico.

Ecléptico en sus maneras de entender y ejecutar la música, es compositor, además de intrumentalista multicisciplinar. Comenzó con la guitarra española, algo que en una ciudad como Córdoba es, a la vez, «una bendición y una maldición», lo primero porque en esta ciudad «hay muchísima gente que toca la guitarra y al principio te puedes unir y aprender con ellos» y lo segundo «porque llega un momento en que eso se convierte en una especie de competencia o de carrera».

A la guitarra le siguieron otros instrumentos como el laúd, la mandolina o el dulcimer, o las flautas de pico y las irlandesas. Su curiosidad en esta materia es infinita y dice «que le haría falta otra vida» para poder enfrentarse a todos los instrumentos que le gustaría.

Su música está estrechamente ligada con el folk, principalmente europeo, con referencias que van desde la música celta hasta a la griega, pasando por los Balcanes o la música antigua, pero el resultado de su trabajo está inexorablemente ligado al rock progresivo. De hecho, este autodidacta en la ejecución musical de los instrumentos más dispares, se ha formado con artistas de la talla de Robert Fripp, el mítico líder de la banda King Crimson y un referente para todos los amantes del género, con quien ha realizado varios cursos. No obstante considera que «las etiquetas son una verdadera esclavitud», «una excusa para que nos entiendan» porque el rock progresivo, como tal es para él la «música que te hace progresar, que te hace imaginar» y nunca ha querido constreñirse a un solo estilo.

Desde el estudio que Pacha tiene en el sótano de su casa, este músico, que durante años trabajó en una entidad financiera hasta su prejubilación, compone, crea y sueña la música que le gusta. Tiene una norma: cuando compone y termina de producir el trabajo se pregunta si él se lo compraría. «Si la respuesta es sí, lo hago, si no, lo borro», y no por un sentido económico, sino «porque yo solo compro música que me aporte algo, que me dé fantasía, que me dé por pensar».

Le pone pasión a la música y bebe de fuentes muy distintas. De hecho se enamoró de esta disciplina artística cuando siendo un niño descubrió, de mano de su madre, la Sherezade de Rimski Korsacov. Después vendría la Royal Scotland Band, con su banda de gaiteros, un descubrimiento que le debe a la televisión. Más tarde vendrían grupos como Génesis.

Ahora en Al rincón por soñar saca a relucir su yo más íntimo, porque es el fruto de una profunda reflexión que le ha llevado unos tres años de trabajo y le ha servido «para espantar muchos de los fantasmas que yo tenía». Porque este último trabajo habla de la vida, también de las malas épocas que a todos nos toca vivir, del estrés de la vida diaria, de los palmeros de los poderosos. Aunque él ahora se confiesa estar en un buen momento.