JOHN SCOFIELD'S HOLLOWBODY BAND

Lugar: Gran Teatro

Día: Miércoles 4

De sobra es conocida la inquietud de John Scofield en la búsqueda de nuevas sonoridades, hasta el punto de definirse a sí mismo como músico camaleónico. Iniciado en rythm & blues, el soul y el rock & roll, su paso por Berklee le proporciona los recursos del bebop clásico a partir del cual desarrollaría sus innumerables facetas como intérprete de jazz. Así, podemos encontrar a Scofield en las legendarias grabaciones de jazz rock de Billy Cobham y George Duke de mediados de los 70, o aprendiendo a fusionar el funk y el jazz junto al gran gurú Miles Davis en su penúltima etapa. Posteriormente indaga los derroteros del jazz experimental con Medeski Martin & Wood, y con el noruego Bugge Wesseltoft.

Con este currículo que lo avala, junto a Pat Metheny y Bill Frisell, como uno de los tres grandes guitarristas de jazz de nuestro tiempo, Scofield acudía al Festival de la Guitarra por tercera vez --tras las ediciones del 2009 y el 2002--, acompañado por un terceto de músicos impagable: el guitarrista Kurt Rosenwinkel, el bajista Ben Street y el batería Bill Stewart, y contaba, además, con un aforo casi completo del Gran Teatro. ¿Por qué, entonces, la respuesta del público resultó tan fría que ni tan siquiera hubo bises, y por qué hubo incluso espectadores que se marcharon antes de acabar el concierto?

La respuesta es, posiblemente, que Scofield ha ido demasiado lejos en sus indagaciones, y el común de los mortales se siente incapaz de seguirle. La primera parte de su actuación no estuvo mal: un swing poderoso, un sonido redondo del cuarteto, unas capacidades inauditas para la improvisación (Scofield incide en que el jazz es esencialmente improvisación), todo ello envuelto en su peculiar sentido de la ironía aplicada a la música. Pero pronto advertimos que los temas, algunos suyos y otros de los músicos de la banda, constituyen apenas un pretexto para desarrollos inacabables, pura especulación musical.

El fraseo de Rosenwinkel es impecable, y los diálogos entre los dos guitarristas prometían brindar el máximo disfrute al público, aunque, por desgracia, Scofield los dosificó con cuentagotas. Hacia el ecuador del concierto introdujo una balada deliciosa, que destrozó con una coda de solo de guitarra modal sin ninguna coherencia. Los artistas deberían comprender que se la juegan en la segunda mitad de cada obra, y Scofield, a esas alturas, ya se había entregado a sus peculiares indagaciones atonales. En ese sentido cabría destacar un tema tan radicalmente experimental que estaba más cerca del krautrock de Klaus Schulze que de cualquier apuesta del jazz de vanguardia. Es posible que Scofield se adelante al futuro, y que exija a sus incondicionales el máximo esfuerzo para comprender propuestas tan radicales. En todo caso no parece razonable ese "o lo tomas o lo dejas" con el que se presenta en esta gira. No solo en su condición de intérprete; también como compositor debería considerar que se debe a su público y que en sus extensos dominios hay lugar para todos. Pero en esta ocasión parece que prefirió viajar solo.