El poeta Eduardo García (Sao Paulo, Brasil, 1965), ganador del Premio Nacional de la Crítica en 2009 con su poemario La vida nueva , murió ayer a los 50 años de edad a consecuencia de un cáncer detectado a finales del pasado verano.

Eduardo García, que vivía en Córdoba desde 1991 y ejercía como profesor de Filosofía en el instituto Blas Infante, falleció poco después de las 18 horas, tras permanecer los últimos 19 días en el Hospital Provincial. El funeral --una ceremonia laica-- será esta tarde a las 18 horas en el Tanatorio de Córdoba, situado en el Polígono de las Quemadas.

García era muy querido y apreciado entre sus amigos poetas. Federico Abad, apesadumbrado por la noticia, lo recordaba anoche señalando que "era muy entusiasta con todo lo que hacía, derrochaba simpatía; era un tío sensacional con sentido del humor y tenía una gran agudeza como filósofo".

Nacido en Sao Paulo en 1965, a los siete años regresó con su familia a Madrid, donde se licenció en Filosofía. En 1991 se trasladó a Córdoba, donde vivió desde entonces y ha desarrollado su fructífera vida poética. Es autor de los poemarios Las cartas marcadas, No se trata de un juego, Horizonte o frontera, La vida nueva y Duermevela , entre otros, que le han proporcionado importantes premios literarios, como el Ciudad de Leganés, el Juan Ramón Jiménez, el Ojo Crítico, el Antonio Machado, el Nacional de la Crítica, el Luis de León y el Ciudad de Melilla. También ha escrito ensayo: Escribir un poema y Una poética del límite, y aforismos: Las islas sumergidas .

En una entrevista publicada en julio del 2014 en este periódico, poco después de la presentación de su último libro, Duermevela , señalaba que "la poesía es un repliegue al interior de nuestros más profundos sueños".

"La poesía es una exploración de la identidad --señalaba--, un rescate de cuanto olvidamos en el caos cotidiano, un repliegue al interior de nuestros más profundos sueños y temores, una revelación. Como poeta me preocupa en nuestros días el sistemático amordazamiento del deseo por las grandes fuerzas económicas, la mecanización de nuestras vidas, la precariedad, en suma, a un tiempo material y humana. Me gustaría gritar, como Rimbaud, "la verdadera vida está en otra parte". Y ponerme manos a la obra, en busca de un tiempo que merezca la pena compartir".

REALISMO VISIONARIO Su poesía respondía a "una aspiración de reavivar la tradición visionaria", según confesaba, aunque "no para evadir la realidad, sino para indagar más a fondo en ella. Ir retirando capas de palabras muertas, aproximarnos al corazón de la manzana. El verdadero realismo disuelve el velo de las falsas apariencias, revela lo latente pero oculto a la mirada. Soñar despiertos para acudir al rescate de las luces y las sombras que nos aguardan al fondo del espejo". La poesía, para él, tenía "algo de mística mundana", que nos ayuda a "recuperar la inocencia" y nos puede llevar a sortear las trampas del destino: "Un poema es un estimulante del espíritu --señalaba al final de la entrevista--. Despierta en el lector energías que permanecían latentes en nosotros. Mirando en el espejo de la página podemos reconocer nuestro flanco más frágil, nuestro miedo; pero también alimentar las fuerzas del deseo. Necesitamos abrir paso a la esperanza, ponernos en marcha hacia la transformación. La poesía del siglo XXI podría contribuir a ese despertar a un tiempo personal y colectivo. Ayudarnos a comprender que, frente a los que afirman que no cabe más alternativa que la rendición sin condiciones, en nuestra mano está cambiar las reglas del juego".