No es la primera vez que la literatura del escritor británico Ian McEwan se traslada a las pantallas cinematográficas. Expiación, en 2007, fue puesta en imagen por Joe Wright, siendo quizás la adaptación que consiguió llegar a un público más numeroso, aunque no fue la única. Directores como Paul Schrader (El placer de los extraños, 1990) o John Schlesinger (El inocente, 1993), entre otros, ya se inspiraron en la obra literaria del autor de Amsterdam. También hay que tener en cuenta que McEwan ha ejercido como guionista de su obra, como es el caso que hoy nos ocupa en este trabajo dirigido por Dominic Cooke (debutante en el largometraje cinematográfico después de poseer una amplia carrera en el campo teatral y las series televisivas), siendo responsable de las variaciones que el lector pueda encontrar como espectador en este filme, como puede ser el final que ha incluido y que tanto ha molestado a cierto sector de la crítica por explicitar algo que se sugería en la novela.

La acción se sitúa en 1962, cuando la pareja protagonista (muy bien interpretada por Saoirse Ronan -que ya aparecía en el reparto de Expiación- y Billy Houlle) pasan una tarde y noche de bodas en un hotel de la costa, con los correspondientes paseos junto al mar conversando más bien en medio de silencios. Los miedos de estos debutantes en el amor marcarán los caminos de la primera experiencia en el sexo y las relaciones entre ellos serán la constante y el argumento de las horas narradas, constantemente interrumpido por las vueltas al pasado que nos ayudarán a conocer cómo se conocieron y el devenir de la relación que los llevó hasta esa playa de guijarros en que se hallan, enfrentados a su destino. El buen gusto predomina en la puesta en escena de este impecable filme, así como las buenas interpretaciones también acompañan una excelente fotografía en tonos fríos y una muy bien escogida banda musical para contrapuntear los silencios en los diálogos.