El éxito de Pixar suele explicarse en términos de excelencia técnica, de inspiración artística, de corazón. Pero hizo falta algo más para que una empresa que perdía dinero a espuertas se convirtiera en un coloso del entretenimiento: la visión de negocio que aportó Lawrence Levy, un abogado reclutado por Steve Jobs a mediados de los 90 para reflotar la compañía, que había empezado como división de LucasFilm y que Jobs adquirió en 1986 para desarrollar un ordenador gráfico.

En el recién editado De Pixar al cielo. Mis años con Steve Jobs y cómo reinventamos la industria del cine (Deusto), Levy explica con detalle los tensos meses anteriores al estreno de Toy story y la revolución que siguió. Es un libro de economía para un público más allá de la base de suscriptores de Expansión: un relato de primera mano sobre cómo se crean las condiciones para que las grandes fantasías del cine se hagan realidad.

En noviembre de 1994, Levy recibió una llamada de Jobs. Pensaba que iba a hablarle de su ambicioso proyecto NeXT, pero quería hablarle de Pixar, una empresa que perdía demasiado dinero. «No sabía si ir a trabajar con él -nos explica Levy por Skype-, porque su reputación de hombre voluble le precedía. Pero hubo química. No importaba si siempre estábamos de acuerdo. Jobs no buscaba tener siempre la razón, sino encontrar la respuesta correcta, viniera de quien viniera. Es algo que no suele decirse de él».

Sea como sea, el «no» ganaba en su cabeza en su primer viaje hacia la sede de Pixar en Richmond (California), mal comunicada, con una refinería de petróleo al lado. Dentro, su impresión no mejoró: «Lo primero que pensé al poner un pie allí es que esa compañía no podía tener éxito. Todo estaba hecho polvo, apenas había luz… Muy poco inspirador». Sintió escalofríos al entrar en la sala de proyección de Pixar.

Cuando vio el inicio de Toy story, también alucinó, aunque esta vez en el mejor sentido. «Fueron pocos minutos, y sin acabar, pero los suficientes para entender que Pixar podía parecer poco inspiradora, pero que en algún lugar ahí dentro había magia y tenía que saber dónde estaba. No se trataba solo de una tecnología rompedora, sino de una narración rompedora: la forma de tratar la historia y los personajes era especial».

Como director financiero y vicepresidente ejecutivo, Levy concluyó que, para sobrevivir, Pixar debía concentrarse en las películas, hacerlas lo mejor posible y salir a bolsa. Esto último lo hizo el miércoles posterior al exitoso estreno de Toy story. Al final del primer día, la acción de Pixar se cotizaba a 39 dólares. Eso daba a Pixar un valor de mercado de casi 1.500 millones de dólares y convertía a Jobs en multimillonario. Y oxigenaba las cuentas de los artesanos de la empresa, quienes habían logrado opciones sobre las acciones de Pixar por mediación de Levy.

El equipo narrativo de Pixar no siempre tuvo poder económico, pero siempre tuvo el creativo. Y hubo crisis. Siempre hubo crisis. «Incluso en Toy story, durante un tiempo nos temimos lo peor. El proyecto se canceló temporalmente porque, según Disney, Woody no funcionaba; era demasiado mezquino y no iba a gustar al público. El equipo narrativo de Pixar pidió una oportunidad y se fue tres semanas a reflexionar. Cuando volvió, la película era otra y Woody era otro y todos los personajes eran otros».

Levy estuvo en la empresa hasta la venta a Disney en el 2006. Pero aún se siente parte de ello.