He leído a alguien que decía que el cine ha muerto en una entrevista. Alguien, supongo, decepcionado por la dirección que ha tomado la industria audiovisual donde impera la fiebre del remake (versiones donde los autores copian y pegan), del blockbuster (éxitos de taquilla a toda costa), fórmulas que funcionan una vez siendo un pelotazo y se repiten hasta la saciedad (por ejemplo, ahora la moda de versionar en imagen real dibujos animados de otros tiempos, superhéroes que han sustituido a personajes de carne y hueso capaces de hacernos reflexionar y sentir algo más que vértigo).

Y si uno echa un vistazo a la cartelera en estos días de agosto encontrará esto y poco más: cine de evasión que, a mí al menos, no me evade. Me aburre, me cansa. Y es tan difícil encontrar algo interesante que inspire unas líneas... Sin embargo, existir sí que existen títulos de gran calidad artística. Aunque no aquí. Hasta la Filmoteca de Andalucía cierra sus puertas a la programación por vacaciones. Pero, como digo, si uno sale de Córdoba y visita alguna ciudad limítrofe, como Málaga o Sevilla, puede encontrar una cartelera de lo más atractivo para espectadores que busquen cine como experiencia artística, porque al igual que encontramos público de museos que buscan esa belleza en un lienzo, también hay quien la encuentra en el celuloide de Andrei Tarkovski, de Ingmar Bergman, de Robert Bresson, de Carl Theodor Dreyer y tantos otros grandes autores del séptimo arte que buscaron algo más profundo que lo que ahora se ofrece en el noventa y nueve coma nueve por ciento de la producción.

Y, por ejemplo, ahora podemos disfrutar en Málaga, en los cines Albéniz, o en Sevilla (cines Avenida) una película turca que es cine auténtico: El peral salvaje de Nuri Bilge Ceylan. La historia que cuenta es sencilla (un joven recién graduado en magisterio vuelve a su casa, donde encuentra a una familia deprimida por las deudas de un padre adicto al juego) pero el tratamiento y la estética empleada elevan a esta cinta hasta lo más alto, a verdadera obra de arte capaz de remover los sentimientos más puros en el espectador durante tres horas y cuarto y que pasan sin darnos cuenta.